Parece como si se hubiera acordado que el cuento es un género literario menor frente a la novela o la poesía, cuando yo creo que no es así, un cuento requiere mayor esfuerzo, mayor capacidad de síntesis, es uno de los géneros más difíciles a mi modo de ver y además debería ser, en esta sociedad donde las prisas están instaladas en nuestra vida, el género literario por excelencia, relatos breves que nos permiten disfrutar de diferentes historias, todas ellas distintas, mientras que viajamos en metro al trabajo, antes de dormir, cuando vamos al baño, tumbados en la cama después de un día duro mientras a través de la ventana se cuelan los rayos dorados del sol al atardecer…en definitiva, que creo que debemos de reivindicar el cuento, consumir más cuentos, devorarlos y tratar de encontrar, no es fácil, aquel cuento que para cada uno de nosotros roce la perfección, aquel que sea capaz de engranar una buena historia con tan pocas palabras.
Como dijo Gabriel García Márquez, “el esfuerzo de escribir un cuento corto es tan intenso como empezar una novela”
Y para comenzar con estos relatos de otoño, hoy doy paso a una de las mejores voces de nuestro país, una escritora con fuerza, con mucho talento y que es capaz de tejer historias llenas de sentimiento, desgarradoras que te empujan hacia el amor sin límites, una narradora que se sumerge en los más diversos géneros novelescos, desde la novela de amor, la novela histórica o el relato erótico.
Por todo esto, la primera invitada a este espacio es ALMUDENA GRANDES, una gran escritora de la que podéis disfrutar cada quince días en el suplemento dominical de El País, una escritora con una gran cantidad de libros a sus espaldas de los que podéis disfrutar. Para mí, Almudena Grandes tiene la mejor novela erótica que yo he leído hasta la fecha, LAS EDADES DE LULÚ, que os la recomiendo, una historia llena de sexo que esconde una bonita historia de amor. Pero también os recomiendo “LOS AIRES DIFÍCILES” o “EL CORAZÓN HELADO” entre otras…
ALMUDENA GRANDES
Aquí lo tenéis, que disfrutéis de él….
PALABRAS DE AMOR
ALMUDENA GRANDES
–Y te voy a decir una cosa: esto no se va a quedar así… –le había dicho ella a él tantas, tantas veces–. Ahora mismo voy a escribir un artículo, voy a escribir una carta, voy a llamar por teléfono…
–Claro, claro, pero ahora mismo no. Mejor, pasado mañana –le contestaba siempre–. Tú espérate hasta pasado mañana y, si sigues igual de cabreada, hacemos lo que tú quieras. Pero pasado mañana, ¿eh?
Él lo sabía todo, y que sus arrebatos de furia nunca duraban cuarenta y ocho horas. Ella, que había aprendido tanto de él, recordaba aquel aplomo en el tren que la devolvía a Madrid, y una vez más, entonces quizá más que nunca, le dolía haberle perdido. Porque él ya sabía cómo iba a ser todo aquello. Porque ni siquiera en el último momento había dejado de cuidar de ella, de los demás, de todos, de todo.
Había dejado una gran cantidad de instrucciones, órdenes, listas, protocolos, en notas escritas a mano, cuando aún podía ir a trabajar y cuando ya no podía levantarse de la cama. Palabras de amor. No me gustaría morirme en agosto, le había dicho a su oncólogo, porque le fastidiaría las vacaciones a todo el mundo. Tampoco me gustaría morirme antes que mi madre, porque le daría un disgusto enorme, a la pobre, así que mira a ver lo que puedes hacer… Murió el 21 de septiembre, cuando a todos les había dado tiempo a volver a casa, morenos y descansados, dos meses después de enterrar a su madre.
Ya hemos hablado de la ceremonia, le escribió a uno de sus hermanos, el que oficiaría de anfitrión en una despedida sin rezos y sin cruces. Así que ya sabes que me gustaría que hablaran este, ese y aquel, que sonara esto antes, durante y después, y que esto fuera así, y que aquello fuera asá… Cuando todo terminó, ella comprendió que también sabía quiénes estarían allí, cuánto sufrirían los que más le importaban, y que lo había hecho todo por ellos, para ellos. Y se sintió una vez más orgullosa de él al comprobar que, por salirse con la suya, había logrado que su funeral, estrictamente civil, fuera tan solemne, tan emocionante, tan conmovedor como la más suntuosa de las ceremonias religiosas.
No sufráis por mí porque he sido un hombre muy afortunado, con una vida privilegiada, y si me dieran la oportunidad de reencarnarme, escogería volver a ser yo, con algunas mejoras, eso sí… Cuando alguien pronunció en su nombre esa despedida, ella, que estaba desolada, sonrió, porque nunca habría podido imaginar un epitafio mejor para él. Y le admiró tanto en aquel instante, admiró tanto su manera de marcharse, de seguir siendo él mismo, entero y poderoso, fuerte, íntegro y elegante hasta en el momento de su muerte, que pensó que si la Parca existiera, si fuera de verdad una mujer, habría caído rendida entre sus brazos. Así encontró un extraño consuelo en su desconsuelo. No un alivio para su sufrimiento, sino la certeza de que era justo, de que merecía la pena sufrir aquel día, y el siguiente, y al otro, el resto de los días de su vida, por la ausencia de un hombre como él.
Después, algunos de los que estaban por allí, de los que habían ido por cumplir, hasta por cotillear, se la quedaron mirando con extrañeza. Ella se dio cuenta. ¿Y a ésta, qué le pasa?, parecían preguntarse, un poco asustados incluso, si no era su mujer, ni su amante, ni su hija, ni su hermana… Menos mal que, en condiciones aún menos propicias a la comprensión de los transeúntes, un escritor cubano de ojos azules estaba sollozando al mismo ritmo.
El amor, como todas las cosas raras y preciosas, es un asunto extraño. E inspirar amor verdadero, amor del bueno, cuando no existe lo que las convenciones definen como una historia de amor, cuando no hay vínculo familiar, relación sexual, ningún condicionante sentimental previo, sólo está al alcance de unos pocos seres extraordinarios, tan raros, tan preciosos como el propio amor.
Qué duro va a ser vivir sin ti, Toni, pensó ella al subirse a aquel tren. Y cuando se bajó, en Atocha, su vida era ya un poco más dura que al emprender aquel viaje.
Nada más, este cuento sobre el amor más allá de la muerte apareció en el dominical de El País de la semana pasada, y lo leí mientras estaba tumbado en la arena de la playa marbellí, me gustó y decidí que empezara la sección…
Aquí lo tenéis, que disfrutéis de él….
PALABRAS DE AMOR
ALMUDENA GRANDES
No pudo ocurrir así, era imposible y, sin embargo, ella no podía pensar en otra cosa mientras el tren la llevaba de vuelta a Madrid. Él ya sabía cómo iba a ser todo esto, ya había calculado el dolor, la forma y el tamaño de la herida antes de prever la inconcebible dulzura del momento más amargo. Y sabría también que eso nunca es verdad, que lo peor siempre empieza al día siguiente, y ni siquiera ese día exactamente, porque es peor el que viene detrás, y aún más el que le sigue, y el otro, y el otro… La muerte es un instante, aterrador, injusto, atroz, cruel, brevísimo. La memoria del amor es, a cambio, tan larga como la vida de los que sobreviven.
–Y te voy a decir una cosa: esto no se va a quedar así… –le había dicho ella a él tantas, tantas veces–. Ahora mismo voy a escribir un artículo, voy a escribir una carta, voy a llamar por teléfono…
–Claro, claro, pero ahora mismo no. Mejor, pasado mañana –le contestaba siempre–. Tú espérate hasta pasado mañana y, si sigues igual de cabreada, hacemos lo que tú quieras. Pero pasado mañana, ¿eh?
Él lo sabía todo, y que sus arrebatos de furia nunca duraban cuarenta y ocho horas. Ella, que había aprendido tanto de él, recordaba aquel aplomo en el tren que la devolvía a Madrid, y una vez más, entonces quizá más que nunca, le dolía haberle perdido. Porque él ya sabía cómo iba a ser todo aquello. Porque ni siquiera en el último momento había dejado de cuidar de ella, de los demás, de todos, de todo.
Había dejado una gran cantidad de instrucciones, órdenes, listas, protocolos, en notas escritas a mano, cuando aún podía ir a trabajar y cuando ya no podía levantarse de la cama. Palabras de amor. No me gustaría morirme en agosto, le había dicho a su oncólogo, porque le fastidiaría las vacaciones a todo el mundo. Tampoco me gustaría morirme antes que mi madre, porque le daría un disgusto enorme, a la pobre, así que mira a ver lo que puedes hacer… Murió el 21 de septiembre, cuando a todos les había dado tiempo a volver a casa, morenos y descansados, dos meses después de enterrar a su madre.
Ya hemos hablado de la ceremonia, le escribió a uno de sus hermanos, el que oficiaría de anfitrión en una despedida sin rezos y sin cruces. Así que ya sabes que me gustaría que hablaran este, ese y aquel, que sonara esto antes, durante y después, y que esto fuera así, y que aquello fuera asá… Cuando todo terminó, ella comprendió que también sabía quiénes estarían allí, cuánto sufrirían los que más le importaban, y que lo había hecho todo por ellos, para ellos. Y se sintió una vez más orgullosa de él al comprobar que, por salirse con la suya, había logrado que su funeral, estrictamente civil, fuera tan solemne, tan emocionante, tan conmovedor como la más suntuosa de las ceremonias religiosas.
No sufráis por mí porque he sido un hombre muy afortunado, con una vida privilegiada, y si me dieran la oportunidad de reencarnarme, escogería volver a ser yo, con algunas mejoras, eso sí… Cuando alguien pronunció en su nombre esa despedida, ella, que estaba desolada, sonrió, porque nunca habría podido imaginar un epitafio mejor para él. Y le admiró tanto en aquel instante, admiró tanto su manera de marcharse, de seguir siendo él mismo, entero y poderoso, fuerte, íntegro y elegante hasta en el momento de su muerte, que pensó que si la Parca existiera, si fuera de verdad una mujer, habría caído rendida entre sus brazos. Así encontró un extraño consuelo en su desconsuelo. No un alivio para su sufrimiento, sino la certeza de que era justo, de que merecía la pena sufrir aquel día, y el siguiente, y al otro, el resto de los días de su vida, por la ausencia de un hombre como él.
Después, algunos de los que estaban por allí, de los que habían ido por cumplir, hasta por cotillear, se la quedaron mirando con extrañeza. Ella se dio cuenta. ¿Y a ésta, qué le pasa?, parecían preguntarse, un poco asustados incluso, si no era su mujer, ni su amante, ni su hija, ni su hermana… Menos mal que, en condiciones aún menos propicias a la comprensión de los transeúntes, un escritor cubano de ojos azules estaba sollozando al mismo ritmo.
El amor, como todas las cosas raras y preciosas, es un asunto extraño. E inspirar amor verdadero, amor del bueno, cuando no existe lo que las convenciones definen como una historia de amor, cuando no hay vínculo familiar, relación sexual, ningún condicionante sentimental previo, sólo está al alcance de unos pocos seres extraordinarios, tan raros, tan preciosos como el propio amor.
Qué duro va a ser vivir sin ti, Toni, pensó ella al subirse a aquel tren. Y cuando se bajó, en Atocha, su vida era ya un poco más dura que al emprender aquel viaje.
2 comentarios:
Muchas gracias... siempre es un gusto volver a leer a Almudena Grandes.
ains, que se yo que almudena grandes es tu debilidad ¿verdad Ana?
tienes razón, es un placer leer a Almudena Grandes...
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