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lunes, 22 de julio de 2013

EL ÑINO Y EL VIEJO

Hoy quería compartir con todos vosotr@s la historieta dominical de Albert Espinosa, que para variar me encantó....espero que a vosotros también os guste!!!

Feliz lunes, si estos existen!!!!! Que sueñito.....


ASIENTOS VITALES

Nunca sabes donde encontrarás un artículo pero mágicamente aparecen… Esta semana me llegó en una gasolinera… Rondaban los 37 grados y dentro de un coche rojo había en el asiento trasero un hombre mayor de casi 90 años, al lado de un bebé que no llegaría a los 9 meses… El coche tenía las ventanillas bajadas y escuché como el hombre hablaba con el bebé, le contaba una teoría vital que me fascinó, le contaba al bebé que la vida tiene que ver con el asiento que ocupas en el automóvil. Le explicaba que el comenzó detrás como el bebé, después paso a estar apretujado a la izquierda cuando llegaron sus hermanos… Un buen día al llegar a la veintena se convirtió en el copíloto y su padre le permitió pasar a la parte delantera… Finalmente se sacó el carnet y era el piloto de su coche, ocupaba la plaza principal…

Y mirando fijamente al bebé le dijo: “Pero poco a poco vas perdiendo esa plaza, los años me han llevado a ser copíloto y más tarde a volver al asiento de atrás… La vida tiene mucho que ver con el asiento de coche que ocupas, recuérdalo…”

El bebé le miró y eructó… Ambos rieron a carcajadas… Creo que la vida también tiene mucho que ver con eso… ¡Feliz domingo!

http://www.elblogdealbertespinosa.com/asientos-vitales/

martes, 4 de diciembre de 2012

HISTORIA DEL DÍA

He vuelto......después de mucho tiempo por fin he decidido volver a ser yo mismo, a continuar con mis rutinas, a recuperar mi vida, a afrontar las desilusiones que te muestra gente a la que quieres y a seguir escribiendo en este espacio que tantas alegrias me ha dado....

No quiero darle muchas vueltas más al tema, creo que a buen entendedor pocas palabras bastan!!!!!

Y para retomar este espacio de nuevo.....una historieta del día, muy curiosa y que a mi me ha gustado mucho sobre uno de los grandes escritores de todos los tiempos.....

Aquí os la dejo, espero que os guste y que.....sigamos viendonos por este espacio que, no lo olvideis nunca, es de todos vosotros!!!!!

gracias!!!!!!

HISTORIA DEL DÍA

Tal día como hoy de 1894 moría Robert Louis Stevenson, novelista, poeta, y ensayista escocés. La débil salud que le acompañó siempre propició una infancia dedicada a la lectura y la invención de historias. Hijo y nieto de constructores de faros, estudió leyes en la Universidad de Edimburgo. A partir de los veintiséis años, empezó a viajar en busca de climas más benignos para su tuberculosis. Se casó con una mujer mayor que él, Fanny Osborne, divorciada y con hijos.

Entre sus libros más célebres hay que citar el inmortal "La isla del tesoro" (1883), "El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde" (1886), "El señor de Ballantrae" (1889) o "Cuentos de los Mares del Sur" (1893). También fue autor de versos sencillos y memorables.

Pasó los últimos años de su breve vida navegando por el Pacífico Sur, hasta que recaló en Upolu, una de las islas Samoa, donde se construyó una casa en la que, a los cuarenta y cuatro años, moriría de un ataque. Los aborígenes de la isla, que le habían bautizado con el nombre vernáculo de «Tusitala» (contador de historias), velaron su cuerpo durante toda la noche. Está enterrado en el monte Vaea, frente al mar.

*Ilustración de Joe Kubert
HISTORIA DEL DÍA

Tal día como hoy de 1894 moría Robert Louis Stevenson,  novelista, poeta, y ensayista escocés. La débil salud que le acompañó siempre propició una infancia dedicada a la lectura y la invención de historias. Hijo y nieto de constructores de faros, estudió leyes en la Universidad de Edimburgo. A partir de los veintiséis años, empezó a viajar en busca de climas más benignos para su tuberculosis. Se casó con una mujer mayor que él, Fanny Osborne, divorciada y con hijos.

Entre sus libros más célebres hay que citar el inmortal "La isla del tesoro" (1883), "El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde" (1886), "El señor de Ballantrae" (1889) o "Cuentos de los Mares del Sur" (1893). También fue autor de versos sencillos y memorables. 

Pasó los últimos años de su breve vida navegando por el Pacífico Sur, hasta que recaló en Upolu, una de las islas Samoa, donde se construyó una casa en la que, a los cuarenta y cuatro años, moriría de un ataque. Los aborígenes de la isla, que le habían bautizado con el nombre vernáculo de «Tusitala» (contador de historias), velaron su cuerpo durante toda la noche. Está enterrado en el monte Vaea, frente al mar.

*Ilustración de Joe Kubert

lunes, 21 de mayo de 2012

MANOSEANDO.....

Un microrrelato que me ha encantado para comenzar este lunes más duro de lo habitual....






 MANO

Comienza el día con un manotazo al despertador. Mano que remueve el azucar y conecta la radio. La misma mano en carretera su dedo corazón a un gilipollas y que señalará después objetivos sobre un tablón. Mano con cuchara, mano con tenedor, mano que tecleará hasta bien tarde y se aferrará de nuevo al volante del regreso. Ya en la noche, esa mano picotea nerviosa entre los botones del mando hasta dar con una escena de sexo explícito. Mano de santo.

Roberto Moso, Polvo: Relatos liofilizados de pompas de papel, Erein, San Sebastián, 2010

sábado, 21 de abril de 2012

ES TIEMPO DE RELATOS.....

Hoy es tiempo de relatos, hoy es tiempo de leer....y qué mejor que disfrutar de un libro repleto de historias cortas pero que encierran la maestría bajo la sencillez compleja de su argumento y la brevedad e intensidad al mismo tiempo de sus emociones.

Hoy os recomiendo un libro que para mi es una pequeña joya, me encantó y me sigue gustando, "GUARDA TUS LABIOS, POR SI VUELVO" de Antonio Gómez Rufo.

Os dejo un adelanto con uno de mis relatos favoritos de Gómez Rufo, para que lo leais, para que lo disfruteis, para que vayais abriendo boca....A DISFRUTARLO!!!!!!



EL VIAJE MÁS HERMOSO
Antonio Gómez Rufo




Don Ezequiel hacía siempre el mismo viaje, en el día, ida y vuelta. Por la mañana, temprano, entraba en el aeropuerto de aquella pequeña ciudad, se acercaba al mostrador, saludaba a Maribel y ella le daba los buenos días mientras rellenaba su billete.

- ¿Cómo siempre don Ezequiel?

- Si, hija, ya lo sabes.

Después esperaba un ratito sentado, repasando el envoltorio del paquete que todos los días, también, llevaba debajo del brazo, y recordando sus tiempos de empleado de aquella pequeña compañía aérea regional que le permitía viajar gratis. Así hasta que oía por los altavoces que podía embarcar en el avión.
Durante los primeros meses, su paquetito envuelto en papel de embalar y fijado por un cordelito fino pasaba por el escáner, para que los policías diesen el visto bueno a su inocencia, pero ya hacía tiempo que nadie se interesaba por él.

- Buenos días, don Ezequiel -le saludaba el cabo de la guardia civil, con una amplia sonrisa-. Otra vez de viaje, ¿eh?

- Ya sabe.... -inclinaba dulcemente la cabeza el viejo.

Nieves, la azafata, le esperaba en la puerta de embarque y le acompañaba hasta su asiento en el interior del avión. Unos días le tomaba del brazo; otros, si había dormido bien, le daba un beso.

- Hoy llega un poco tarde, don Ezequiel -Nieves le regañó cariñosamente-. Ya me tenía preocupada.

- Es que estaba ahí, sentado. Y es que, hija, cada vez me canso más. Los años...

- No diga eso... Si está usted como una rosa.

- Pero en otoño, hija. En otoño...

Por la tarde, cada día también, regresaba en el mismo vuelo. Venía más fatigado, también más triste. No traía el paquetito y Nieves observaba que de vez en cuando se le caía una lágrima al subir al avión.
Un día no se presentó don Ezequiel en el aeropuerto, a la hora acostumbrada; y en todos cuantos le conocían se produjo una especie de vacío que al principio no supieron explicar, hasta que Matías, el oficial de aduanas, preguntó en voz alta si alguien había visto al viejo. Fue Maribel la que corrió hasta Nieves y se tomaron de la mano como pidiéndose una explicación o acompañándose en el miedo que les atenazaba.

- Le ha tenido que pasar algo...

- No quiero ni pensar que...

- Calla.

Aquel día fue especialmente triste para todos los que le habían acompañado, durante los dos últimos años, día tras día, sin faltar uno solo.

El cabo, el oficial de aduanas, el auxiliar de vuelo, las azafatas y hasta el piloto notaron su ausencia y se tragaron una pena que no quisieron traducir en congoja para no alarmar al resto de los viajeros y porque todos confiaban en que se tratara de una indisposición pasajera y en que al día siguiente apareciera de nuevo para realizar su viaje de costumbre.

Pero no fue así. Pasaron los días y don Ezequiel no volvió al aeropuerto. Su silueta pequeña, enfundada en su eterno traje gris marengo, encorvado por el peso de los años y con esa mirada amable, de perrillo agradecido, a veces inundada de lágrimas y otras vivaracha de alegría, no volvió a contemplarse en el vestíbulo, ni en el mostrador, ni en las escalerillas del avión. Nadie supo nunca el objeto de su viaje, ni el contenido de aquel paquetito que, con inmenso mimo, llevaba por las mañanas y dejaba en algún sitio. En invierno, con su abrigo largo y la bufanda tapándole hasta la nariz, parecía un viejo maestro de escuela, hecho de paciencia y cariño; y en verano, con su traje gris, la camisa blanca bien planchada y la corbata negra, daba la impresión de ser un médico rural jubilado en busca de su paciente favorita. Y nunca en el aeropuerto, ni en el avión, a pesar de tanto como se habló de él, supieron hasta qué punto las apariencias no siempre engañan.

La vida siguió. Nadie le olvidó nunca, pero su ausencia fue cada vez menos dolorosa. Sólo Nieves y Maribel, que sabían su nombre, le buscaron en la guía telefónica y averiguaron su domicilio y su teléfono. Cuando llamaron, una mañana, una voz femenina les dijo que estaba bien, que don Ezequiel vivía, pero que no quería hablar con nadie y que ya no quería salir de casa.

Hacía un año, más o menos, de su desaparición cuando don Ezequiel, una mañana, volvió otra vez al aeropuerto. Más encorvado, más viejo, más triste, más derrotado que nunca. Pero el anciano se acercó al mostrador y pidió a Maribel su billete de ida y vuelta. Los dedos de la chica no acertaron a teclear el ordenador, sus ojos se inundaron de lágrimas y sus labios le besaron con exageración en la frente y la cara, mientras el anciano le sonreía con amorosa paciencia e intentaba calmarla. No consiguió impedir que, a voces, llamase a Nieves, y a Matías, y al cabo y a todos los demás. La presencia de don Ezequiel fue una fiesta que él aceptó a duras penas, ahogando para sí la inmensa tristeza que le devoraba las entrañas, sonriendo cuanto pudo a los besos y a los abrazos de tantos amigos como nunca creyó tener. Le asediaron, le preguntaron, quisieron saber el motivo de su ausencia y en dónde estaba su paquetito, que hoy había sustituido por un ramillete de violetas pequeño y bien armado, al que protegía como podía de las efusiones de sus amigos.

Entonces fue cuando se sentó, tomó aire y les contó su historia. Don Ezequiel estaba solo, su mujer se había ido hacía muchos años y a su vejez había encontrado el consuelo en el regazo y el amor de doña Bibiana, una anciana a la que un día miró a la trastienda de los ojos y desde entonces le había entregado su existencia. A Bibiana la habían recluido sus hijos en un asilo, lejos de allí, y como nunca aceptó vivir con él sin poder casarse, cada día iba a verla al asilo, merendaban juntos las madalenas que él llevaba en el paquetito y, al anochecer, se despedía hasta el día siguiente. Doña Bibiana había muerto hacía un año, de pena y de vieja, y ahora iba a visitarla a su tumba y a depositar en ella un ramillete de violetas, que eran sus flores preferidas. Eso era todo: tan simple, tan corriente y tan humano. Como un médico jubilado visitando a su paciente favorita; como un maestro de escuela mimando a la última niña de su vida. Don Ezequiel lloró, lloró con lágrimas gordas mientras les contó su historia y Nieves también lloró, como Maribel, e incluso como el cabo de la guardia, que trató de hacerse el duro pero no pudo mantener el tipo.

Desde aquel día, todas las mañanas, don Ezequiel desayuna en el aeropuerto y charla un rato con sus amigos. A veces habla de Bibiana y se le escapa una lágrima. Pero todos los días, con frío o calor, se acerca hasta ellos y comenta las incidencias de la jornada; o se enfrenta a los viejos recuerdos.

El día que no llegue nadie dirá nada, pero todos se mirarán y sabrán que don Ezequiel, viejecito y tierno, habrá empezado, al fin, su viaje más hermoso... 

ANTONIO GÓMEZ RUFO

domingo, 4 de marzo de 2012

UNIVERSO MILLÁS!!!!





Me encanta Juan José Millás, sobre todo sus columnas del periódico El País y sus cuentos, todos ellos muy imaginativos, originales, un poco absurdos, llenos de humor….me encanta ese universo Millás que es capaz de proponernos relatos tan geniales como éste que hoy quería compartir con vosotros….espero que os guste!!!!

Porque….¿que mejor que un domingo con algo que leer?

Cuanto hacía que no compartía con vosotros ningún relato para leer!!!!!!

Disfrutadlo, porque es tiempo de relatos!!!!!


Lo real

Una chica estadounidense se tomó por juego una Viagra y tuvo una erección fantasmal. Pese a que los médicos han advertido que cuando el miembro permanece en tensión más de cuatro horas seguidas hay que acudir a un servicio de urgencias para evitar daños irreparables en el tejido de la uretra, la joven no fue al hospital hasta el tercer día, presa ya de unos dolores insoportable en el pene hipotético aparecido tras la ingestión de la pastilla eréctil. Dado que los facultativos no sabían cómo detener aquella erección inexistente, pasaron todavía unas horas preciosas antes de que al jefe de urología se le ocurriera proponer a la chica una eyaculación fantasmal para acabar con aquel caso de priapismo extravagante. Los padres, que eran mormones, se opusieron a que la joven se masturbara, pues además de no estar de acuerdo con el onanismo en general, les parecía que éste podría ser más condenable si se practicaba con un miembro ilusorio. Un médico muy culto que había ese día de guardia intentó explicarles que el miembro masculino objeto de la masturbación es siempre imaginario, aun cuando se pueda tocar. Pero no hubo forma de sacar a los padres de sus trece y el hospital tuvo que conseguir una autorización del juez para proceder a la descarga imaginaria, en el caso de que haya alguna que no lo sea, cesando de inmediato los dolores de la joven y desapareciendo al instante el miembro falso, si hay alguno verdadero.

La noticia es que han congelado el semen quimérico obtenido de la eyaculación irreal y ahora pretenden fecundar con él un óvulo aparente para obtener un embrión fantasma. Si los fundamentos teóricos no fallan, podrían conseguir un individuo invisible. A mí, personalmente, me parece que eso no tiene ningún mérito. Lo novedoso a estas alturas sería fecundar a alguien real.

JUAN JOSE MILLÁS

jueves, 8 de septiembre de 2011

MICROCUENTOS....

Ayer tocó un precioso cuento de Jorge Bucay y hoy, último día de trabajo de la semana para los madrileños, os dejo con unos microrrelatos de una autora que acabo de descubrir y que me ha fascinado, ANA MARÍA SHUA. He comenzado a leer un libro suyo de microrrelatos y me están encantando, prometo seguir leyéndola porque merece la pena....

Que momentos más felices paso gracias a ella en el viaje en tren todos los días, relatos cortos para pensar, que hacen reflexionar o al menos que deberían hacerlo, yo todos los días en el tren reflexiono sobre lo que leo, un ejercicio muy bueno.....

Creo que este género del microrrelato es de los más difíciles, como transmitir lo que quieres con tan pocas palabras.....ANA MARÍA SHUA es una experta!!!!

Os recomiendo que la leais!!

Disfrutadlos......


La mujer

Un hombre sueña que ama a una mujer. La mujer huye. El hombre envía en su persecución los perros de su deseo. La mujer cruza un puente sobre un río, atraviesa un muro, se eleva sobre una montaña. Los perros atraviesan el río a nado, saltan el muro y al pie de la montaña se detienen jadeando. El hombre sabe, en su sueño, que jamás en su sueño podrá alcanzarla. Cuando despierta, la mujer está a su lado y el hombre descubre, decepcionado, que ya es suya.


Sapo y princesa

Si una princesa besa a un sapo y el sapo no se transforma en príncipe, no nos apresuremos a descartar al sapo. Los príncipes encantados son raros, pero tampoco abundan la auténticas princesas.



Para dormir…..

Para dormir cómoda, me despojo de todo lo superfluo. Sentada en el borde de la cama me quito lentamente la ropa. Dejo caer los brazos, que se estiran sobre la alfombra como gruesas serpientes. Con un movimiento brusco me desprendo de las piernas y sacudiendo la cabeza hago volar mis facciones (ojos, boca, nariz) por todos los rincones de la habitación. Y continúo, hasta que no queda entre las sábanas más que mi sexo, que de todas maneras nunca duerme.


Excesos de pasion

N
os amamos frenéticamente fundiendo nuestros cuerpos en uno. Sólo nuestros documentos de identidad prueban ahora que alguna vez fuimos dos y aun así enfrentamos dificultades: la planilla de impuestos, los parientes, la incómoda circunstancia de que nuestros gustos no coinciden tanto como creíamos.


LA INSACIABLE

A otra mujer la llaman La Insaciable, como si alguien, alguna vez, saciara algún deseo.


APETENCIAS ERÓTICAS

Sobre las apetencias eróticas de ciertos microorganismos, se ha escrito poco. Como si todo en ellos fuera solamente reproducirse, como si no existieran esos bailes feroces, el cortejo desmesurado en relación con su tamaño, el lento despojarse de las membranas que culmina en la fusión de citoplasmas, la vibración salvaje de las columnas de ADN enroscándose y desenroscándose en un minúsculo pero enfebrecido gozar, con las cilias desatadas al viento líquido del agar agar, haciendo temblar, en fin, la mano de quien pretenda describir su frenesí o consignarlo, confundiendo las conexiones axón-dendrita para que sobre sus apetencias eróticas se siga escribiendo poco, muy poco.

martes, 30 de agosto de 2011

PARADOJAS....

Un gran artículo que os recomiendo leer, puede parecer tedioso pero no, merece la pena leer y reflexionar al mismo tiempo...

Gracias a Antonio Muñoz Molina!!!!! Mu y bueno el artículo....

ESPAÑA: PARADOJAS CATÓLICAS
Antonio Muñoz Molina

Mi madre es una mujer católica de 81 años que cada noche, antes de dormir, le reza a Dios por cada uno de los miembros de su familia, los vivos y los muertos, procurando no olvidarse de ninguno. Mi madre, que nació en una familia campesina y tenía seis años cuando empezó la guerra civil, fue muy poco tiempo a la escuela y pasó su juventud bajo la hegemonía indisputada de la propaganda franquista y el integrismo católico. Pero, como muchas personas de su generación, sobre todo mujeres, con la llegada de la democracia asistió a la escuela nocturna y se fue haciendo una mentalidad muy abierta. Ahora lee mucho, sobre todo novelas –entre ellas, las que escriben su hijo y su nuera- y aunque conserva intacta su fe siente un rechazo instintivo hacia el Papa y no se ha molestado en conectar la televisión para ver alguno de los programas larguísimos que se han dedicado a su visita. Mi madre, tan católica, asistió hace años con plena emoción a la boda civil de su hijo recién divorciado, y ahora recibe con naturalidad en su casa al compañero de su nieto gay, y cuando sabe que van a venir a verla les prepara uno de los dormitorios con cama grande. Y estoy seguro de que si ese nieto decide casarse, mi madre asistirá a su boda con algo de descocierto íntimo, pero también con perfecta desenvoltura, con esa nueva mundanidad que es uno de los síntomas del cambio formidable que ha vivido España desde los años setenta.

Cuando se quieren calibrar cambios se piensa en los jóvenes. Pero en España quienes más y mejor cambiaron en el tránsito de la dictadura a la democracia fueron muchas personas mayores, padres y abuelos, abuelas y madres, gente que sufrió el peso cruel del miedo y del adoctrinamiento durante muchos años y sin embargo, cuando llegó la hora de votar por primera vez, votó tranquilamente a la izquierda, y aceptó que sus hijos se casaran por lo civil o vivieran juntos sin casarse o se divorciaran, y mantuvo las redes de solidaridad familiar ocupándose de los nietos, dando refugio a los hijos cuando se separaban, volviendo a aceptarlos cuando perdían el trabajo.

No sé cuántos católicos se parecen a mi madre en la España de ahora, capaces de ir tranquilamente a una misa y a una boda homosexual, de rezar a Dios cada noche por los vivos y por los muertos y de votar luego a la izquierda. Lo que sí sé es que cada vez van a ser menos visibles, y que la visita del Papa de estos últimos días va a reforzar una identificación ya muy acentuada entre la iglesia católica y la derecha y la extrema derecha españolas. Ahora mismo, si se presta atención a los medios conservadores, el éxito multidinario de la llamada JMJ –Jornada Mundial de la Juventud- ha sido a la vez un desquite contra la supuesta hostilidad al catolicismo alentada por el gobierno socialista durante estos siete últimos años y un anticipo de la victoria del Partido Popular en las elecciones de noviembre. En uno de esos canales de televisión que se dedican en exclusiva a alentar el delirio ideológico, a la manera de Fox News en Estados Unidos, escuché ayer mismo a un comentarista decir que en estos últimos años “se puede hablar de una persecución de la Iglesia católica en España”.

De lo que se puede hablar más bien es de una triste serie de oportunidades perdidas. El gobierno de Zapatero enfureció a la Iglesia con una renovación de la ley del derecho al aborto equiparable a la de cualquier país europeo y con la legalización del matrimonio homosexual, y la derecha política se apresuró a hacer causa común con la jerarquía eclesiástica. La derecha buscaba debilitar al gobierno de cualquier manera, y en los últimos años se ha dedicado a cultivar a su clientela más extremista. En cuanto a la Iglesia, su activismo político está motivado por un intento de compensar la pérdida acelerada de su presencia social. La inmensa mayoría de los españoles reciben el bautismo católico, por una especie de inercia cultural, pero el número de los que se declaran creyentes ha ido disminuyendo de manera regular a lo largo de los años, y la asistencia regular a la misa del domingo no supera el doce por ciento. Una paradoja de la España de ahora es que la visibilidad de los símbolos exteriores de la religión católica encubre una secularización que asombra más por la rapidez con la que ha sucedido. Mucha gente se casa por la iglesia, celebra con gran boato las comuniones de sus hijos y asiste en primavera a las procesiones de la Semana Santa. Pero esa misma gente no va nunca o casi nunca a misa y se divorcia y usa el preservativo y acude cuando le hace falta a una clínica abortista. Y la fuerza misma de la familia española actúa a favor de la tolerancia sexual. En Nueva York tengo amigos a los que sus padres, evangélicos rigurosos, retiraron el saludo o expulsaron de casa al saber que eran homosexuales. En España a un hijo o a un nieto se le acepta incondicionalmente, sobre todo en las clases populares: por eso en la gran transformación de las costumbres españolas la audacia de la gente más joven se ha correspondido en este años con la sorprendente liberalidad de muchos viejos.

Las leyes, en España, han ido por detrás de los hábitos sociales. Pero el peso tremendo del pasado ha seguido actuando con más eficacia de lo que parece. Los comentaristas de derechas claman contra el gobierno de Zapatero como si hubiera traído la revolución social y la persecución del catolicismo, pero si algo ha caracterizado a este hombre ha sido su frivolidad y su afición a los gestos cosméticos por encima de los proyectos rigurosos. A Rodríguez Zapatero le gustaba declarar que era “un rojo”, rescatando innecesariamente un término con resonancias sombrías de la guerra civil, pero su política fiscal de estos años no ha rozado siquiera los privilegios de los más ricos. Este gobierno supuestamente anticatólico ha continuado sosteniendo con dinero público a la Iglesia, y subvencionando al cien por cien sus centros educativos, en un país donde la escuela pública está cada vez más desasistida. Y casi cuarenta años después de la muerte del tirano que entraba bajo palio en las catedrales, las autoridades civiles de la democracia continúan asistiendo a los desfiles y las ceremonias de la iglesia católica, y los ministros juran sus cargos delante de un crucifijo. En este afán por figurar en las solemnidades religiosas son idénticos los políticos de izquierda y derecha, los centralistas españoles y los independentistas catalanes o vascos: con idéntica desvergüenza cultivan un populismo que sin duda les dará algunos votos, pero que tiene un efecto corruptor sobre la conciencia de la ciudadanía al hacer borrosa la separación entre la Iglesia y el Estado, y al privilegiar a una confesión religiosa sobre todas las demás, y sobre el derecho de quienes no pertenecen a ninguna.

A quienes conocimos la obscena complicidad de la jerarquía eclesiástica con la dictadura de Franco nos da miedo, estos días, la creciente vehemencia católica de la derecha, que se ha desatado sin ningún disimulo durante la visita del Papa: la identificación agresiva de lo español con lo católico y lo vaticano, el proselitismo escandaloso de medios informativos que por ser públicos deberían ser neutrales y se han convertido durante dos semanas en aparatos de propaganda sectaria. En esos medios oficiales, y en los periódicos conservadores, el millón o millón y medio de jóvenes que vitoreaban al Papa se han presentado como la antítesis luminosa de esa otra juventud reivindicativa y desaliñada que un poco antes ocupaba el centro de Madrid: los unos, alegres, saludables, rezadores; los otros sucios y promiscuos. Esa división radical entre los unos y los otros sin duda va a acentuar en el futuro la temible dificultad española para lograr lo que ahora mismo más nos hace falta, una base de concordia que nos permita hacer frente con alguna posibilidad de éxito a la situación desastrosa en que nos encontramos. Pero llevamos tanto tiempo viviendo en el delirio –la falsa prosperidad, la burbuja de la construcción, el fracaso educativo, la obsesión por el pasado lejano- que no es probable que la marcha del Papa y la de su millón de peregrinos nos devuelvan a la realidad.

En cuanto a mi madre, sigue con sus rezos, y no olvida decirme cuando la llamo por teléfono: “Hijo mío, a mí este Papa con tanto lujo no me gusta”. Y se acuerda del poco boato con que entró Jesús en Jerusalén.

miércoles, 17 de agosto de 2011

NERVIOSITO PERDIDO.....


Nerviosito ante la inminente visita del Papa...que emoción!!!


Madre mía, hasta Moratalaz está lleno de peregrinos....el domingo la lonja estaba a reventar!!!!!


En fin, que hoy no pienso cabrearme con esto, que ya tengo cabreos en mente más importantes en los que pensar, o a los que tratar de entender, pero por mas que lo intento no entiendo nada, nada, nada ni a nadie. Por mucho que creas conocer a una persona, me estoy dando cuenta que cada persona debería llevar de serie un manual de instrucciones...incluso alguno/as dos.


A lo que ibamos, que os recomiendo que leais primero un artículo de Juan Cruz que me ha gustado mucho, con poquitas palabras explica muy bien lo que pienso....


Y luego merece mucho la pena que escucheis al gran Jose Luis Sampedro, palabras siempre sabias de este gran escritor y mejor persona, defensor de las causas más nobles, un placer oirle!!!!!


Que paseis un buen Martes-miercoles!!!!!!!



POR UNA SOCIEDAD LAICA

Juan Cruz Ruiz


Desde el respeto que me producen todas las creencias, que es exactamente el mismo respeto que tengo por todas las incertidumbres, quiero sumar mi voz a la de aquellos que quieren para este país, y para todos los países, una sociedad laica, sin fundamentalismos religiosos de ninguna especie; desde esa perspectiva, me parece que la parafernalia en torno a la visita del Papa de Roma a Madrid es indecente, conduce al caos sentimental de la población y la reduce a espectadora deslucida del boato que va a imperar en algunas zonas de la urbe. Madrid como un gran confesionario. España debe centrar su educación en el respeto a la intimidad de las creencias; los excesos que se cometen en nombre del Dios de los cristianos, son excesos que, si hacemos caso a la doctrina de Jesucristo, ofenden al propio creador de la fe cristiana. Las sociedades deben ser laicas, razonables y respetuosas con los que creen y con los que no creen, que son iguales ante la ley y ante la vida.




domingo, 14 de agosto de 2011

AGOSTO Y EN MADRID....¿Y A MI QUÉ?

En este Domingo, día central del puente, os dejo con un texto de Antonio Gómez Rufo que expresa perfectamente, como siempre lo hace él en sus escritos, las sensaciones de las personas que en agosto se quedan en Madrid....como yo!!!!!!! jajajajaja.




Os recomiendo que lo leais porque además de sentirte identificado es un texto tremendamente divertido y refrescante para este nuevo día caluroso en la capi....menos mal que yo me voy de barbacoa!!!!!!!!! jajajaja.




BUEN DOMINGO!!!!!!!!!!!!!!!






Agosto en el asfalto



LOS QUE NO SE HAN IDO



ANTONIO GÓMEZ RUFO








El mes de agosto es un compendio de sensaciones contradictorias para los que, por una u otra razón, nos quedamos en Madrid. Se experimenta una cierta sensación de envidia de los que se han ido, suponiéndoles desmadejados sobre una hamaca, en una playa paradisiaca, bajo una sombrilla y con un libro en las manos, arrullados por el mar, refrescados por la brisa y mirados de reojo por tres rubias finlandesas, un albino enrojecido y un fotógrafo nipón. Pero también se tiene la sensación, a veces como producto de una euforia depresiva, a veces por sabiduría y experiencia, de que el pobre veraneante se limita a regatear, en una playa atestada, entre los niños y las celulitis, que malcome, malvive y envidia año tras año a los que nos quedamos en Madrid. Pensándolo bien, en agosto, las playas del Mediterráneo son una fiel reproducción de lo peor de Madrid, incluso con más incomodidades, y con la única contrapartida de unos metros de playa en los que cocerse al sol y bañarse en aceite de coco. Otras sensaciones embargan a los que agostan su agosto en el asfalto de la gran ciudad. Una cierta tristeza renace cada atardecer, la hora en que más se siente la envidia de los que se han ido, justo lo contrario de lo que pasa al alboreo, en el que la alegría inunda por haber tomado la decisión de quedarse. El resto del día, unos en el trabajo, otros en la piscina o en casa, apenas si notan el mes que se vive si no fuera por el mutismo del teléfono y el silencio nada común del desierto que en la sobremesa se convierte la ciudad.


Tiene sus ventajas quedarse en Madrid. La principal es que uno se da cuenta de que en esta ciudad somos demasiados. Uno mira a su alrededor y comprueba que casi todos los amigos y conocidos han salido de estampida en cuanto sonó el pistoletazo del día uno. Luego se rebusca en la agenda y la señal de llamada se desgañita sin que al otro lado del teléfono nadie descuelgue para contestar. Por fin se acerca uno a los lugares de costumbre y sólo reconoce a algún camarero y un rufillo de provincias de paso por Madrid. Y, sin embargo, la ciudad sigue llena de gentes y coches, de ruidos y tráfico, de paseantes más pausados, eso sí, que colman las calles. ¿Cómo es posible, medita uno, que habiendo tantos se hayan ido tantos? ¿Y cómo cabemos en invierno? Un misterio a resolver a la hora de la siesta, aprovechando la ausencia de la vecina de enfrente. Quedarse para reflexionar: he aquí una buena razón.




También es bueno quedarse por el mero afán de molestar al prójimo. Podremos decir, con la cabeza muy alta, que irse de vacaciones en agosto es propio de horteras y de tenderos, aunque luego nos digamos por lo bajito que cuándo coño se va a veranear si no es cuando más calor hace, si no es cuando los niños tienen las vacaciones escolares y cuando en la ciudad no se puede comprar ni un cupón de la ONCE, sin mencionar el que el veraneo es, por definición, propio del verano. Pero puestos a fastidiar, la faena se redondea yéndose unos días en septiembre, cuando hay menos gente, es todo más barato y uno vuelve moreno cuando los demás ya están blancuchos, después de las dos primeras duchas, que el tueste no da para más. Y por si faltara algo, tiramos del refranero para repetir el apotegma que nos enseñaron desde chiquititos: "Que sepas, fulanito, que en agosto, frío en el rostro".




Pero hay otras verdades que no sería justo silenciar. En Madrid, en agosto, pocos se quedan porque quieran. Los hay, desde luego, pero la inmensa mayoría lo hace porque no tiene más remedio. La prueba más evidente es que los fines de semana, y no digamos ya el minipuente del día 15, Madrid es un erial. Si a lo largo de todo el año tienen fama las deprimentes tardes del domingo, en agosto resulta enfermizo todo el fin de semana. En Madrid agostean los pocos que quieren, los muchos que no pueden hacer otra cosa, por exceso de trabajo, por escasez de dinero o por otros motivos de variada naturaleza, y algunos otros que no tienen costumbre de salir, los más mayores por lo común, que aseguran que nunca lo han hecho y ahora no ven la razón para cambiar, añadiendo, cargados de razón, que en la casa de uno, como en ninguna parte.



También es cierto que en estos días la gente deambula por la ciudad con cierta tristeza, por mucho que el Ayuntamiento intente poner coto al desencanto con sus Veranos de la Villa. Y hay en todos una inevitable sensación de provisionalidad, de transitoriedad, a la espera del día de la partida o del momento de la llegada de los demás, por aquello de que el mal de muchos es consuelo para los tontos. Porque existe la convicción de que quedarse en Madrid es una tontería.
Y, sin embargo, por todo lo anterior, se constata que la soledad que se pueda sentir en agosto es mucho más una sensación subjetiva que una realidad objetiva. Es posible hablar de soledad en la multitud, pero nadie está objetivamente solo si está rodeado de gente. Esa sensación tan triste de la soledad es un mal que nace de dentro y tiene difícil sacerdote, digo cura, pero no es aceptable a la luz de la lógica. Las tres cuartas partes de los madrileños nos quedamos en Madrid, y los que se van, además, quedan desperdigados. ¿No serán ellos los solitarios, los que están solos? (Hay argumentos que, por muy razonables que sean, no convencen a nadie.)




En fin, que sea como fuere, los que se quedan porque quieren se sienten felices, y los que lo hacen por obligación se sienten desgraciados. Con todo, independientemente de unos y otros, Madrid en agosto es, bien por cierto, un buen sitio para estar, con la única condición de que no se esté de vacaciones. Unas horitas en el trabajo, otras en la siesta, un poco de trasnoche y una pareja para hartarse de comentar tópicos es cuanto se necesita para esperar pacientes la llegada de septiembre, cuando todo volverá a su ser. Que Madrid, en agosto, tiene demasiado asfalto, y a uno, qué le vamos a hacer, le gusta más el resto del año.



martes, 14 de junio de 2011

A COCINAR!!!

Preparáte para una apasionada degustación y toma nota de la sugerente receta que triunfa en la cocina actual y que hoy puedes aprender....

Para que veais que con recetas así, todos podemos "metermos" a cocineros....¿o acaso hay alguien que no se atreve con esta receta?

A DISFRUTAR DEL CALORCITO A QUIÉN LE GUSTE....


“AMOR LIQUIDO”

INGREDIENTES:

- Conexión a Internet.

- 56 mensajes en la bandeja de entrada.

- 35 gramos de besos.

- 2 huevos.

- 23 litros de saliva.

- 8 abrazos en el momento preciso.

-1 puñado de palabras bonitas.

- 7 kg de paciencia.

- 200 gramos de comprensión.

- Una pizca de sexo duro.

PREPARACIÓN:

Meter todos los ingredientes en una licuadora y mezclar a máxima potencia
hasta obtener una textura gelatinosa. Rectificar dulzor al gusto.
Requiere consumo inmediato. Conseguirá eclipsar todos tus sentidos.

ADVERTENCIA:

Los efectos secundarios pueden salpicar su sensibilidad con alguna lágrima de arrepentimiento.

Consumido en exceso puede llegar a ser adictivo.

domingo, 20 de febrero de 2011

FÁBULA

Os dejo esta fábula que hace pensar, o al menos a mi me ha hecho recapacitar....CARPE DIEM!!!!! El día de mañana todo puede pasar....para mañana no hay nada imposible, o eso al menos me gusta pensar!


Mis padres se pasaron la vida pensando en el día de mañana. Tú piensa en el día de mañana; tú ahorra para el día de mañana, me decían. Pero el día de mañana no llegaba. Pasaban los meses y los años y el día de mañana no llegaba.

Hoy, de hecho, mis padres ya están muertos y el día de mañana aún no ha llegado....


JULIO LLAMAZARES

domingo, 10 de octubre de 2010

RELATOS DE OTOÑO X

Homenaje al gran MARIO VARGAS LLOSA!!!!

Aquí os dejo con una nueva entrega de estos relatos de otoño, para que disfrutéis de la lectura de este cuento que posee un Nóbel en este día gris y desapacible ideal para leer y ver pelis…..


EL ABUELO
MARIO VARGAS LLOSA

Cada vez que crujía una ramita, o croaba una rana, o vibraban los vidrios de la cocina que estaba al fondo de la huerta, el viejecito saltaba con agilidad de su asiento improvisado, que era una piedra chata, y espiaba ansiosamente entre el follaje. Pero el niño aún no aparecía. A través de las ventanas del comedor, abiertas a la pérgola, veía en cambio las luces de la araña encendida hacía rato, y bajo ellas sombras imprecisas que se deslizaban de un lado a otro, con las cortinas, lentamente. Había sido corto de vista desde joven, de modo que eran inútiles sus esfuerzos por comprobar si ya cenaban o si aquellas sombras inquietas provenían de los árboles más altos.

Regresó a su asiento y esperó. La noche pasada había llovido y la tierra y las flores despedían un agradable olor a humedad. Pero los insectos pululaban, y los manoteos desesperados de don Eulogio en torno del rostro, no conseguían evitarlos: a su barbilla trémula, a su frente, y hasta las cavidades de sus párpados, llegaban cada momento lancetas invisibles a punzarle la carne. El entusiasmo y la excitación que mantuvieron su cuerpo dispuesto y febril durante el día habían decaido y sentía ahora cansancio y algo de tristeza. Le molestaba la oscuridad del vasto jardín y lo atormentaba la imagen, persistente, humillante, de alguien, quizá la cocinera o el mayordomo, que de pronto lo sorprendía en su escondrijo. "¿Qué hace usted en la huerta a estas horas, don Eulogio?" Y vendrían su hijo y su hija política, convencidos de que estaba loco. Sacudido por un temblor nervioso, volvió la cabeza y adivinó entre los macizos de crisantemos, de nardos y de rosales, el diminuto sendero que llegaba a la puerta falsa esquivando el palomar. Se tranquilizó apenas, al recordar haber comprobado tres veces que la puerta estaba junta, con el pestillo corrido, y que en unos segundos podía escurrirse hacía la calle sin ser visto.

"¿Y si hubiera venido ya?", pensó, intranquilo. Porque hubo un instante, a los pocos minutos de haber ingresado cautelosamente a su casa por la entrada casi olvidada de la huerta, en que perdió la noción del tiempo y permaneció como dormido. Sólo reaccionó cuando el objeto que ahora acariciaba sin saberlo, se desprendió de sus manos y le golpeó el muslo. Pero era imposible. El niño no podía haber cruzado la huerta todavía, porque sus pasos asustados lo hubieran despertado, o el pequeño, al distinguir a su abuelo, encogido y dormitando justamente al borde del sendero que debía conducirlo a la cocina, habría gritado.

Esta reflexión lo animó. El soplido del viento era menos fuerte, su cuerpo se adaptaba al ambiente, había dejado de temblar. Tentando los bolsillos de su saco, encontró el cuerpo duro y cilindrico de la vela que compró esa tarde en el almacén de la esquina. Regocijado, el viejecito sonrió en la penumbra: rememoraba el gesto de sorpresa de la vendedora. El había permanecido muy serio, taconeando con elegancia, batiendo levemente y en circulo su largo bastón enchapado en metal, mientras la mujer pasaba bajo sus ojos, cirios y velas de diversos tamaños. "Esta", dijo él, con un ademán rápido que quería significar molestia por el quehacer desagradable que cumplía. La vendedora insistió en envolverla pero don Eulogio no aceptó y abandonó la tienda con premura. El resto de la tarde estuvo en el Club Nacional, encerrado en el pequeño salón del rocambor donde nunca había nadie. Sin embargo, extremando las precauciones para evitar la solicitud de los mozos, echó llave a la puerta. Luego, cómodamente hundido en el confortable de insólito color escarlata, abrió el maletín que traía consigo y extrajo el precioso paquete. La tenia envuelta en su hermosa bufanda de seda blanca, precisamente la que llevaba puesta la tarde del hallazgo.

A la hora más cenicienta del crepúsculo había tomado un taxi, indicando al chofer que circulara por las afueras de la ciudad; corría una deliciosa brisa tibia, y la visión entre grisácea y rojiza del cielo seria más enigmática en medio del campo. Mientras el automóvil flotaba con suavidad por el asfalto, los ojitos vivaces del anciano, única señal ágil en su rostro fláccido, descolgado en bolsas, iban deslizándose distraidamente sobre el borde del canal paralelo a la carretera, cuando de pronto lo divisó.

-"¡Deténgase!" -dijo, pero el chofer no le oyó-. "¡Deténgase! ¡Pare!".

Cuando el auto se detuvo y en retroceso llegó al montículo de piedras, don Eulogio comprobó que se trataba, efectivamente, de una calavera. Teniéndola entre las manos, olvidó la brisa y el paisaje, y estudió minuciosamente, con creciente ansiedad, esa dura, terca y hostil forma impenetrable, despojada de carne y de piel, sin nariz, sin ojos, sin lengua. Era pequeña, y se sintió inclinado a creer que era de niño. Estaba sucia, polvorienta, y hería su cráneo pelado una abertura del tamaño de una moneda, con los bordes astillados. El orificio de la nariz era un perfecto triángulo, separado de la boca por un puente delgado y menos amarillo que el mentón. Se entretuvo pasando un dedo por las cuencas vacías, cubriendo el cráneo con la mano en forma de bonete, o hundiendo su puño por la cavidad baja, hasta tenerlo apoyado en el interior entonces, sacando un nudillo por el triángulo, y otro por la boca a manera de una larga e incisiva lengueta, imprimía a su mano movimientos sucesivos, y se divertía enormemente imaginando que aquello estaba vivo...

Dos días la tuvo oculta en un cajón de la cómoda abultando el maletín de cuero, envuelta cuidadosamente, sin revelar a nadie su hallazgo. La tarde siguiente a la del encuentro permaneció en su habitación, paseando nerviosamente entre los muebles opulentos de sus antepasados. Casi no levantaba la cabeza; se diría que examinaba con devoción profunda y algo de pavor, los dibujos sangrientos y mágicos del circulo central de la alfombra, pero ni siquiera los veía. Al principio, estuvo indeciso, preocupado; podían sobrevenir complicaciones de familia, tal vez se reirían de él. Esta idea lo indignó y tuvo angustia y deseo de llorar. A partir de ese instante, el proyecto se apartó sólo una vez de su mente: fue cuando de pie ante la ventana, vio el palomar oscuro, lleno de agujeros, y recordó que en una época aquella casita de madera con innumerables puertas no estaba vacía, sin vida, sino habitada por animalitos grises y blancos que picoteaban con insistencia cruzando la madera de surcos y que a veces revoloteaban sobre los árboles y las flores de la huerta. Pensó con nostalgia en lo débiles y cariñosos que eran: confiadamente venían a posarse en su mano, donde siempre les llevaba algunos granos, y cuando hacía presión entornaban los ojos y los sacudía un brevísimo temblor. Luego no pensó más en ello. Cuando el mayordomo vino a anunciarle que estaba lista la cena, ya lo tenia decidido. Esa noche durmió bien. A la mañana siguiente olvidó haber soñado que una perversa fila de grandes hormigas rojas invadía súbitamente el palomar y causaba desasosiego entre los animalitos, mientras él, desde su ventana, observaba la escena con un catalejo.

Había imaginado que limpiar la calavera sería algo muy rápido, pero se equivocó. El polvo, lo que había creído polvo y era tal vez excremento por su aliento picante, se mantenía soldado a las paredes internas y brillaba como una mina de metal en la parte posterior del cráneo. A medida que la seda blanca de la bufanda se cubría de lamparones grises, sin que desapareciera la capa de suciedad, iba creciendo la excitación de don Eulogio. En un momento, indignado, arrojó la calavera, pero antes que ésta dejara de rodar, se había arrepentido y estaba fuera de su asiento, gateando por el suelo hasta alcanzarla y levantarla con precaución. Supuso entonces que la limpieza seria posible utilizando alguna sustancia grasienta. Por teléfono encargó a la cocina una lata de aceite y esperó en la puerta al mozo a quien arrancó con violencia la lata de las manos, sin prestar atención a la mirada inquieta con que aquél intentó recorrer la habitación por sobre su hombro. Lleno de zozobra empapó la bufanda en aceite y, al comienzo con suavidad, después acelerando el ritmo, raspó hasta exasperarse. Pronto comprobó entusiasmado que el remedio era eficaz; una tenue lluvia de polvo cayó a sus pies, y él ni siquiera notaba que el aceite iba humedeciendo también el filo de sus puños y la manga de su saco. De pronto, puesto de pie de un brinco, admiró la calavera que sostenía sobre su cabeza, limpia, resplandeciente, inmóvil, con unos puntitos como de sudor sobre la ondulante superficie de los pómulos. La envolvió de nuevo, amorosamente; cerró su maletín y salió del Club Nacional. El automóvil que ocupó en la Plaza San Martín lo dejó a la espalda de su casa, en Orrantia. Había anochecido. En la fría semioscuridad de la calle se detuvo un momento, temeroso de que la puerta estuviese clausurada. Enervado, estiró su brazo y dio un respingo de felicidad al notar que giraba la manija y la puerta cedía con un corto chirrido.

En ese momento escuchó voces en la pérgola. Estaba tan ensimismado, que incluso había olvidado el motivo de ese trajín febril. Las voces, el movimiento fueron tan imprevistos que su corazón parecía el balón de oxigeno conectado a un moribundo. Su primer impulso fue agacharse, pero lo hizo con torpeza, resbaló de la piedra y cayó de bruces. Sintió un dolor agudo en la frente y en la boca un sabor desagradable de tierra mojada, pero no hizo ningún esfuerzo por incorporarse y continuó allí, medio sepultado por las hierbas, respirando fatigosamente, temblando. En la caída había tenido tiempo de elevar la mano que conservaba la calavera de modo que ésta se mantuvo en el aire, a escasos centímetros del suelo, todavía limpia.
La pérgola estaba a unos veinte metros de su escondite, y don Eulogio oía las voces como un delicado murmullo, sin distinguir lo que decían. Se incorporó trabajosamente. Espiando, vio entonces en medio del arco de los grandes manzanos cuyas raíces tocaban el zócalo del comedor, una silueta clara y esbelta y comprendió que era su hijo. Junto a él había otra, más nítida y pequeña, reclinada con cierto abandono. Era la mujer. Pestañeando, frotando sus ojos trató angustiosamente, pero en vano, de divisar al niño. Entonces lo oyó reír: una risa cristalina de niño, espontánea, integral, que cruzaba el jardín como un animalito. No esperó más; extrajo la vela de su saco, a tientas juntó ramas, terrones y piedrecitas y trabajó rápidamente hasta asegurar la vela sobre las piedras y colocar a ésta, como un obstáculo, en medio del sendero. Luego, con extrema delicadeza para evitar que la vela perdiera el equilibrio, colocó encima la calavera. Presa de gran excitación, uniendo sus pestañas al macizo cuerpo aceitado, se alegró: la medida era justa, por el orificio del cráneo asomaba el puntito blanco de la vela, como un nardo. No pudo continuar observando. El padre había elevado la voz y, aunque sus palabras eran todavía incomprensibles, supo que se dirigía al niño. Hubo como un cambio de palabras entre las tres personas: la voz gruesa del padre, cada vez más enérgica, el rumor melodioso de la mujer, los cortos grititos destemplados del nieto. El ruido cesó de pronto. El silencio fue brevísimo; lo fulminó el nieto, chillando: "Pero conste: hoy acaba el castigo. Dijiste siete días y hoy se acaba. Mañana ya no voy". Con las últimas palabras escuchó pasos precipitados.

¿Venia corriendo? Era el momento decisivo. Don Eulogio venció el ahogo que lo estrangulaba y concluyó su plan. El primer fósforo dio sólo un fugaz hilito azul. El segundo prendió bien. Quemándose las uñas, pero sin sentir dolor, lo mantuvo junto a la calavera, aun segundos después de que la vela estuviera encendida. Dudaba, porque lo que veía no era exactamente lo que había imaginado, cuando una llamarada súbita creció entre sus manos con brusco crujido, como de un pisotón en la hojarasca, y entonces quedó la calavera iluminada del todo, echando fuego por las cuencas, por el cráneo, por la nariz y por la boca. "Se ha prendido toda", exclamó maravillado. Había quedado inmóvil y repetía como un disco "fue el aceite, fue el aceite", estupefacto, embrujado ante la fascinante calavera enrollada por las llamas.

Justamente en ese instante escuchó el grito. Un grito salvaje, un alarido de animal atravesado por muchisimos venablos. El niño estaba ante él, las manos alargadas, los dedos crispados. Lívido, estremecido, tenia los ojos y la boca muy abiertos y estaba ahora mudo y rígido pero su garganta, independientemente, hacía unos extraños ruidos roncos. "Me ha visto, me ha visto", se decía don Eulogio, con pánico. Pero al mirarlo supo de inmediato que no lo había visto, que su nieto no podía ver otra cosa que aquella cabeza llameante. Sus ojos estaban inmovilizados con un terror profundo y eterno retratado en ellos. Todo había sido simultáneo: la llamarada, el aullido, la visión de esa figura de pantalón corto súbitamente poseída de terror. Pensaba entusiasmado que los hechos habían sido más perfectos incluso que su plan, cuando sintió voces y pasos que venian y entonces, ya sin cuidarse del ruido, dio media vuelta y a saltos, apartándose del sendero, destrozando con sus pisadas los macizos de crisantemos y rosales que entreveía a medida que lo alcanzaban los reflejos de la llama, cruzó el espacio que lo separaba de la puerta. La atravesó junto con el grito de la mujer, estruendoso también, pero menos sincero que el de su nieto. No se detuvo, no volvió la cabeza. En la calle, un viento frío hendió su frente y sus escasos cabellos, pero no lo notó y siguió caminando, despacio, rozando con el hombro el muro de la huerta sonriendo satisfecho, respirando mejor, más tranquilo.

▓ FIN ▓

domingo, 1 de agosto de 2010

QUIERO.....


Quiero que me oigas, sin juzgarme.

Quiero que opines, sin aconsejarme.

Quiero que confíes en mi, sin exigirme.

Quiero que me ayudes, sin intentar decidir por mi.

Quiero que me cuides, sin anularme.

Quiero que me mires, sin proyectar tus cosas en mi.

Quiero que me abraces, sin asfixiarme.

Quiero que me animes, sin empujarme.

Quiero que me sostengas, sin hacerte cargo de mi.

Quiero que me protejas, sin mentiras.

Quiero que te acerques, sin invadirme.

Quiero que conozcas las cosas mías que más te disgusten,

que las aceptes y no pretendas cambiarlas.

Quiero que sepas, que hoy,

hoy puedes contar conmigo.

Sin condiciones.

Jorge Bucay.

viernes, 9 de julio de 2010

1 POR 2 ES IGUAL A 3

Un cuento de como el amor no sigue reglas matemáticas ni tablas de multiplicar, un cuento de como si multiplicamos lo mío por lo tuyo esto es igual a lo nuestro, al maravilloso mundo del amor.

por eso, lo mío por ño tuyo es igual a tres, a ese tercer elemnto fundamental en una pareja, el mundo de lo nuestro....

un cuento, como todos los de Jorge Bucay, para reflexionar....


"En un momento soy yo, conmigo

Apareces tú...

Me relaciono, me comunico,

Te toco, te escucho, te huelo...

Somos dos.

Me acerco más, te siento, me fundo...

Somos uno sin dejar de ser dos,

Somos tres,

Los tres vibrando al mismo nivel...

Y cuando somos tres, entonces...

Mis manos y las tuyas son mis manos,

Y mis dos bocas,

Y mi pene y mi vagina,

Y mi barba y mis senos;

Y mi orgasmo... Mi triple orgasmo...

El tuyo, el mío, el nuestro.

Es hermoso,

Muy hermoso,

Hacer el amor contigo."


Jorge Bucay

sábado, 15 de mayo de 2010

LA CODICIA


Porque los sabados también toca pensar...


Un cuentecito contra la codicia, contra toda esa envidia malsana, contra toda esa ambición que muestran algunas personas, contra todo lo que se compra con dinero, contra todo aquello que es lo menos importante en la vida, contra todo lo material....


Un canto desde aquí a lo verdaderamente importante, a todo aquello que gira entorno a los sentimientos...


Como odio a la gente codiciosa!!!!!!


Como odio a la gente que vive por y para el dinero, como odio a la gente que presume del dinero que tiene....


Humildad, humildad y humildad....



LA CODICIA


Cavando para montar un cerco que separara mi terreno del de mis vecinos, encontré, enterrado en el jardín, un viejo cofre lleno de monedas de oro. A mí no me interesó por la riqueza, sino por lo extraño del hallazgo.


Nunca he sido ambicioso, y no me importan demasiado los bienes materiales...
Después de desenterrar el cofre, saqué las monedas y las lustré. ¡Estaban tan sucias y herrumbosas las pobres! Mientras las apilaba sobre mi mesa ordenadamente, las fui contando...Constituían una verdadera fortuna.


Sólo por pasar el tiempo, empecé a imaginarme todas las cosas que se podían comprar con ellas... Pensaba en lo contento que se pondría un codicioso que topara con semejante tesoro... Por suerte... Por suerte no era mi caso...


Hoy ha venido un señor a reclamar las monedas. era mi vecino. Pretendía sostener, el muy miserable, que las monedas las había enterrado su abuelo y que, por lo tanto, le pertenecían.


Me fastidió tanto...¡que lo maté!


-Si no lo hubiera visto tan desesperado por tenerlas se las habría dado, porque si hay algo que a mí no me importa, son las cosas que se compran con dinero...Pero, eso sí, no soporto a las personas codiciosas...


Cuentos para pensar....Jorge Bucay.

domingo, 11 de abril de 2010

EL NACIMIENTO DE LAS ESTRELLAS


Hoy toca un cuentecillo para niños, para ese niño que todos llevamos dentro, para que nunca se vaya de nosotros, un cuentecillo sobre el nacimiento de las estrellas, luz que da sentido a las noches oscuras, que da sentido a la luna, luz que se intensifica cuando dos enamorados las observan juntos mientras se meten mano en el silencio de la noche.

Siempre me ha gustado mucho mirar hacia el cielo en las noches más oscuras, me serena, me relaja, me ayuda a meditar, a tomar decisiones, me gusta mirar hacia el cielo para ver a todos esos cuerpos celestes mientras que pienso en una persona especial, en esa personita que tan solo con su recuerdo hace menos oscuras las noches, porque me gusta pensar que cada estrella es una especie de urna de cristal en cuyo interior se cobija el alma de todas esas personas importantes que dan luz y sentido a nuestra vida, aquellas que se marcharon para siempre y esas que aún hoy caminan a nuestro lado.

Disfrutad de este cuento y no dejéis nunca de leer historias así, porque estas historias no tienen edad, ni sexo ni religión, porque estas historias son atemporales, porque estas historias alumbran nuestro camino al igual que las estrellas lo hacen en nuestras noches más oscuras.


LA PETICION DE LAS ESTRELLAS


Hace muchos, muchos años, en el cielo por la noche no había estrellas.

Lo que pasa, es que las estrellas son muy tímidas, muy vergonzosas y les da vergüenza que las vean en el cielo, por eso no se atrevían a salir por la noche.

Lo único que había en el cielo era la luna, pero estaba tan triste de estar sola que no alumbraba nada. El cielo estaba negro y las noches eran muy oscuras. Y, claro, los niños tenían miedo.

Había un angelito que hablaba con los niños y éstos le contaban su miedo a las noches oscuras. Así que, el angelito fue a ver a las estrellas para convencerlas de que no les diese vergüenza salir por la noche.

-"Estrellas, les dijo, ¿cómo es que siendo tan bonitas no llenáis el cielo con vuestro brillo?. Fijaos en los meteoritos, que son sólo una roca y están toda la noche de un lado para otro".

-"Es que nos da mucha vergüenza que nos miren".

-"Pero sois muy bonitas y a los niños les gustaría veros: ¿no hay manera de que os olvidéis de esa vergüenza?"

-"Hay una cosa que nos gustaría mucho: que las personas estén alegres. Aunque para nosotras es un gran sacrificio salir y que nos vean, lo haríamos a cambio de una pequeña petición: cada vez que una persona haga algo bueno por otra, algo que le produzca una alegría, una de nosotras se iluminará por la noche".

Así que, el ángel, muy contento, se lo fue a contar a los niños, que se lo contaron, a su vez, a todas las familias. Y las personas empezaron a hacer cosas que fuesen buenas para los demás y les hiciesen estar alegres, y por las noches el cielo comenzó a llenarse con las estrellas.
Y como eso sucedió hace muchos años, hay muchas estrellas en el cielo, pero todavía quedan muchísimas más que aún esperan que demos alegrías a los demás para salir.



Ya sabéis, las pequeñas alegrías, esas que muchas veces pasamos por alto, son las más importantes, las que pueden hacer incluso que una estrella brille en el cielo. Disfrutemos de la vida y dediquemos un poquito de nuestro maravilloso tiempo en hacer feliz a alguien que nos rodea, en alegrarle el día a esa persona especial que nos quiere, para que esa noche, si miramos al cielo fijamente, veamos otra estrella, la estrella de la amistad, del amor o la felicidad.

Las estrellas que dan sentido a nuestra existencia, las estrellas que guiarán nuestro camino durante toda la vida….

domingo, 14 de marzo de 2010

RELATOS DE INVIERNO IV

DE NUEVO VUELVEN LOS DOMINGOS DE RELATOS, ESOS DÍAS EN LOS QUE TOCA DISFRUTAR DEL “NO HACER NADA”, VAGUEAR Y DISFRUTAR DE UNA BUENA PELI O DE UN BUEN LIBRO, ESOS DÍA EN LOS QUE BIEN MERECE LA PENA DEJAR PASAR EL TIEMPO MIENTRAS SE LEE UN BUEN CUENTO, UN RELATO QUE NOS CONSIGA EMBELESAR Y HACER SOÑAR, UN RELATO COMO EL QUE A CONTINUACIÓN OS QUERÍA REGALAR, UN RELATO DEL GRAN MIGUEL DELIBES, PARA QUE DISFRUTEIS DE ÉL Y DE ESTA HISTORIA, UN REGALO QUE OS QUERÍA OFRECER EN ESTE FIN DE SEMANA EN EL QUE NO PODEMOS DEJAR DE RECORDARLE…

ESPERO QUE LO DISFRUTEIS TANTO COMO YO LO HE HECHO, ES UN POCO LARGO PERO MERECE LA PENA….

FELIZ LECTURA!!!


El amor propio de Juanito Osuna
Miguel Delibes

Eso sí, Juanito Osuna es amigo de sus amigos; créame, es un tipo estupendo. Le contaría de él y no acabaría. Juanito Osuna se entera en París de que uno está en un aprieto en Madrid y se coge el primer avión. Eso, fijo. Nada le digo en lo tocante a dinero. Ya de chico era igual. Mi amistad con Juanito Osuna viene desde que éramos así. Es un caso de voluntad este muchacho. ¿Qué? Sí, ahora andará por los cincuenta y uno. Es un tipo estupendo, Juanito. Y habrá usted notado que es fuerte. De muchacho ya era así. De un mamporro tumbaba al más guapo. ¡Qué manos! Son como mazas. Lo habrá usted advertido. En el Colegio, el profesor de gimnasia se sentía disminuido. Ejercicio que proponía, Juanito Osuna lo mejoraba. ¡Había que verle en las salidas de
paralelas! Ahora ha engordado un poco, pero sigue fuerte el condenado. Se habrá usted fijado en las manos. Dan miedo. Eso sí, nunca las empleó con ventaja. Juanito tiene un exacto sentido de la justicia. Pero por encima de todo, incluso de la justicia, pone Juanito Osuna la amistad. Juanito Osuna se entera en París de que está usted en un aprieto en Madrid y se agarra, sin más, el primer avión. Yo con Juanito Osuna, qué le voy a decir, una amistad fraternal. Anduvimos juntos desde que nacimos. Juanito Osuna es hijo de uno de los más grandes terratenientes extremeños, don Donato Osuna. Ella era hija de la Marquesa de Encina; un Osuna con una Castro-Bembibre; dos fortunas. Ella era una mujer original, pero estaba completamente loca; le daba miedo dormirse; era capaz de traer en jaque a toda la casa con tal de no acostarse. Así ha salido Juanito.

Juanito Osuna lo que quiera de generosidad y corrección, pero está completamente loco. Es una pena que no se quede usted más tiempo; le conocería bien. Esto de hoy no ha sido más que una muestra. Pero Juanito las gasta así. Cuando la guerra lo pasó mal. Salvó la piel gracias al hijo de un criado a quien don Donato Osuna hizo operar por su cuenta en la mejor clínica de Madrid. Créame, los Osuna nunca miraron el dinero. Si usted saca una conversación en que se roce el dinero delante de Juanito Osuna, le dirá que es una ordinariez. Pero en la guerra lo pasó mal. Tuvo mala suerte, le requisaron los dos coches y él anduvo movilizado. Mal. Pasó muchas privaciones. ¿Eh? Sí, creo que en Sanidad, pero de soldado raso, no se vaya usted a pensar. Imagínese a un Osuna con el caqui, un despropósito. Lo pasó mal; verdaderamente mal. Pero él es fuerte. Ya ve, a los cincuenta y uno continúa haciendo gimnasia sueca todas las mañanas. Juanito Osuna es un caso de voluntad. Y es fuerte. ¿Ha reparado usted en sus manos? La escopeta entre ellas parece una estilográfica. Y tira bien, el condenado. No voy a negar la evidencia. En Mérida yo le he visto, no es que hable por hablar, que lo he visto yo, hacer treinta pichones sin cero a treinta metros. No creo que esta marca la mejore Teba siquiera. Claro que un día es un día. Yo, en una ocasión, sin homologación, hice treinta y dos. Esto no quiere decir nada. Juanito Osuna es un gran tirador, pero el amor propio le perjudica. Desde luego, Juanito es un tipo estupendo, pero está completamente loco. El mes pasado asistió a veintidós cacerías, algunas distanciadas entre sí más de doscientos kilómetros. ¿Cómo? Sí, naturalmente, un Mercedes de aquí hasta allá. El Mercedes anda mucho. Pero de todos modos veintidós batidas en treinta días es un disparate. Fallan los nervios, se altera el pulso... Siento que no se quede usted más tiempo, le conocería bien. Por otro lado, es como un muchacho. De que ve venir la barra de perdices, antes de matar la primera, se pone temblón como un novato. En el tiro le pasa igual. Luego coge el tranquillo y un pájaro detrás de otro... Tira bien, desde luego. Ahora, eso de que sea la primera escopeta de la provincia... Pero, además, lo que yo digo, esto de tirar mejor o peor, no tiene importancia. Lo importante, creo yo, es salir al campo y tomar el aire. Bueno, pues a Juanito Osuna no le vaya usted con ésas. Ya le vio hoy. Y le anticipo que Juanito es un amigo como no habrá otro. A Juanito Osuna le dicen en París que usted anda en un aprieto en Madrid y se agarra el primer avión aunque tenga que maniatar a la azafata. Es un gran muchacho. Ahora, el amor propio le ciega. Ya le vio usted hoy. No quiere enterarse de que a mí el matar o no matar me trae sin cuidado. Bueno, pues habrá que oírle ahora en el Club. Julia, le digo a este señor que habrá que oír a Juanito Osuna ahora en el Club. No quiera usted saber. Ya le oyó en el bar. «¡Cuarenta y siete pájaros contra veintitrés, Paquito!» ¿Le oía usted? Bueno. Bien. Otra vez será al revés. Y con más frecuencia de lo que él quisiera: lo de hoy no es normal. Y no es que yo presuma de tirador, la verdad. Ahora, modestia aparte, yo, en batida, mato todo lo que entre para matarse. Pero no hago de esto una cuestión de amor propio. Yebes me elogió una vez en el ABC. Bueno, no me han salido plumas por ello. A propósito del artículo de Yebes, tenía usted que haber visto a Juanito Osuna cuando se lo dieron a leer en una batida al día siguiente. Ji, ji, ji. Se puso loco. No había quien le contuviera. Yo no lo tomaba en serio. A mí, el matar o no matar, me trae sin cuidado, ya me conoce usted. Pero empezaron todos con el pitorreo y él acabó por decirme que cada uno teníamos una escopeta en la mano y cuando quisiera. Ji, ji, ji. ¡Buen muchacho Juanito! Lástima que esté completamente loco. Usted le ha visto esta tarde. Julia, este señor te puede decir el plan de Juanito esta tarde: «¡Cuarenta y siete pájaros contra veintitrés, Paquito!» A voces por las calles. Y voy y le digo: «Estos días traerán otros», y él, entonces, que el día que yo le echaba mano era por una perdiz o dos, mientras que él hoy me había más que doblado la cifra. Ya ves, como si esto para mí fuera una cuestión vital. ¡Con su pan se lo coma! A mí, la verdad, no me da frío ni calor, pero me fastidia que se ponga en ese plan delante de los batidores y toda la ralea. Para qué voy a darle más vueltas, Julia, como el día de las pitorras. ¿Te acuerdas del día de las pitorras en la sierra? Pues el mismo plan. Ahora, no se vaya usted a pensar que yo no estime a Juanito Osuna. No hay en Extremadura un tipo mejor que él. ¿Eh? ¿Cómo? Sí, creo que ocho. ¿Son ocho o nueve, Julia? Ocho, ocho tiene, tres varones y cinco muchachas. Eso. Y con los chicos no quiera usted saber. A usted, ¿qué le decía? ¿Qué le decía, eh? Que los picadillos con los muchachos eran fingidos, ¿verdad? Eso dice a todo el que llega. Julia, ¿oyes? Que los picadillos con los muchachos son de mentirijillas. Mire, yo he visto a Juanito Osuna, y de esto no hará más de dos temporadas, ponerse temblón porque Jorgito le sacó dos piezas en la primera batida. ¿Qué le parece? Jorgito es el mayor de la serie. Es un buen rapaz, pero está completamente loco. Ahora anda metido en un estudio sobre la justicia o la injusticia del latifundio. Ya ve usted qué le irá a él que el latifundio sea justo o no lo sea. Es un tímido, eso le pasa. Eso sí, orgullo y amor propio como su padre; si va a cazar es para ser el primero. Y usted ha visto cómo han rodado hoy las cosas. Yo no creo que sea inmodesto si digo que he matado todo lo que podía matarse. ¿Podría decir Juanito Osuna lo mismo? La primera batida todavía. Ahí la perdiz, usted lo vio, entró repartida. Tiramos todos. Bueno, pues Juanito se apuntó diez y yo nueve. Luego, ya lo vio usted. De punta, volviendo el cerro, y cargando aire. Es un puesto de castigo, ése. Si no disparo la escopeta, ¿cómo voy a matar? Eso no es posible. Pero no le vaya usted con razones a Juanito Osuna. Usted le oyó esta tarde como un energúmeno: «¡Cuarenta y siete pájaros contra veintitrés, Paquito!» A estas horas toda la ciudad andará en lenguas. ¡Y todavía pretendía que fuera con él al Club! Tú sabes, Julia, lo que es Juanito en el Club el día que cobra más que yo. Oye, Julia, por favor, dile a este señor cómo se puso Juanito el día de las pitorras. Créame, el día que mata se pone inaguantable. Y es el cochino amor propio. Porque a mí, si acepto una batida, es por tomar el aire y aguantar en forma. Matar o no matar es secundario. Si se mata, bien. Si no se mata, también. Pero él... Habrá que oírle ahora. Me juego la cabeza a que toda la ciudad está enterada a estas horas de que me ha doblado los pájaros. ¡Figúrese qué tontería! Cincuenta y un años y es como un muchacho. Y en la tercera batida ya lo vio usted. La del canchal, quiero decir. Bueno. Empecemos porque un cancho pelado no es un puesto envidiable. O asomas y te ven o no asomas y no la ves. Así y todo, usted lo presenció, derribé cinco. Pero perdices redondas como hay que matarlas. Bueno, salgo con Carmelo y no tropezamos más que tres. Las otras dos habían volado. Lo que pasa es que los secretarios de Pepe Vega, ya le ha conocido usted, el otorrinolaringólogo, andaban más despabilados. La caza es así.

Este Pepe Vega es un médico estupendo, pero como cazador es un chambón. No creo que en ninguna batida haya hecho más de diez. Y hoy va y me saca siete pájaros. ¿Vamos a decir por eso que Pepito Vega las sujeta mejor que yo? Le digo a este señor de Pepito, Julia. Pepito Vega es un buen muchacho, pero está completamente loco. Si no tuviera usted tanta prisa le conocería a fondo. Y le advierto que Pepito Vega, donde le ve usted con esa apariencia de truhán, es de una de las mejores familias de por aquí. Veguita, padre, tenía título. ¿Qué título tenía el padre de Pepito, Julia? No recuerdo ahora. Lo cierto es que este chico ha derrochado en whisky tres dehesas de más de tres mil fanegas cada una; bueno, pues Pepito Vega tiene ese récord. Y hablando de whisky, Juanito Osuna tampoco se queda atrás. Es una esponja. Juanito bebe como un cosaco. Eso sí, jamás le he visto dar un traspiés. Juanito Osuna tiene una naturaleza envidiable. Es fuerte como un toro. .¿Ha reparado usted en sus manos? Son como palas; pero tenga por seguro que nunca las empleó con ventaja. ¡Habrá que verle ahora pavoneándose en el Club! Usted le oyó esta tarde, en el bar: «¡Cuarenta y siete pájaros contra veintitrés, Paquito!» Yo no es que vaya a discutirle que tire bien. Discutir eso sería tonto. Ahora, cuando Yebes dijo lo que dijo en ABC tendría algún fundamento, creo yo. Yebes conoce el paño y nunca habla a humo de pajas. Y Yebes estuvo precisamente en la batida de Granadilla, con Teba y toda la pesca. Aquel día las cosas rodaron bien y quedé a dos pájaros de Teba. Usted ha visto tirar a Teba, supongo. Julia, este señor no vio tirar nunca a Teba. Es un espectáculo, créame. A uno le entra la barra y se pone temblón. Teba, no. Teba sujeta dos pájaros por delante y dos por detrás, como mínimo. Si le dijera que hay quien asiste a una batida con Teba y no tira sólo por el placer de verle tirar a él. Bueno, pues Yebes asistió a la batida de Granadilla y me sacó en el ABC. A Juanito Osuna le mostraron el recorte en la cacería siguiente y le llevaban los demonios. Cómo andarían las cosas, que terminó diciéndome que cada uno teníamos una escopeta en la mano y cuando quisiera. Ji, ji, ji. Juanito es un gran muchacho, pero está completamente loco. ¿No es cierto, Julia, que Juanito Osuna está completamente loco? Ya le vio usted hoy. A voces por las calles. En cambio, cuando yo quedo por delante, se amurria como si tuviera encima una desgracia. ¿Eh, cómo dice? ¿Cazando? Toda la vida. Juanito Osuna no hizo otra cosa en su vida que pegar tiros. En la guerra lo pasó mal. Le requisaron los dos coches y le movilizaron. ¿Cómo? Julia, ¿fue en Sanidad o en Intendencia donde anduvo Juanito durante la guerra? Bueno, es igual. El caso es que lo movilizaron. Pasó una mala temporada. Pero fuera de eso no ha hecho otra cosa que pegar tiros. Ahora que recuerdo, Juanito tenía un tío general. Un tipo pintoresco. No era mala persona, pero estaba completamente loco. Anduvo por la parte de Don Benito. Contaban que dormía con las condecoraciones prendidas en la colcha. Un tipo divertido... Sí, era un tipo divertido el general aquel. Yo no sé qué fue de él. Seguramente murió. No me acuerdo ni de su nombre. A Juanito le ayudó mucho aquella temporada. Todos, en realidad, han ayudado siempre a Juanito. Puede decirse que es un muchacho mal criado. Todo el mundo, desde chico, a reírle las gracias. De ahí, seguramente, su amor propio. Usted le vio esta tarde. Era como para matarle o dejarle. ¡Y aún tenía la pretensión, el botarate, de que fuésemos con él al Club! Es una pena que usted no se quede más tiempo. Llegaría a conocerle. ¡Si le pudiéramos ver ahora por una rendija! ¿Eh, Julia? Digo que si pudiéramos ver a Juanito Osuna por una rendija ahora, en el Club. Estará imposible. Se habrá sacudido media docena de whiskys y sus cuarenta y siete perdices se las habrá refrotado cuarenta y siete veces por la nariz a la concurrencia. Y lo malo es que, detrás, irán las veintitrés mías. Sus cuarenta y siete pájaros sin los veintitrés míos no tienen ningún valor para él. Habrá que oírle. Y usted ha sido testigo. A mí, si me quitan la primera batida, la cuarta y la sexta, prácticamente no he disparado la escopeta. He matado lo matable; lo que entraba para matarse. Nada más. Y, además, lo he matado como había que matarlo. ¿Reparó usted en la segunda batida aquellas tres que le cayeron a Juanito alicortas? Eso no es matar. Matar es hacer una bola con la perdiz. Perdiz que no suelta plumas en el aire no es perdiz matada. La perdiz alicorta se ha encontrado un perdigón. Eso es todo. Pero eso no es matar. Bueno, pues me juego la cabeza a que a Juanito le han cobrado hoy sus secretarios más de una docena de piezas alicortas. ¿Qué te parece, Julia? Más de una docena, alicortas. Así. Si se las restas le quedan treinta y cinco.

Añade a las veintitrés mías las dos del tercer ojeo, el del canchal, usted las recuerda, más las siete u ocho que entre Pepito Vega y Floro Gilsanz me han quitado a izquierda y derecha y las tres perdidas en las dos últimas batidas y me salen treinta y seis, una más que Juanito Osuna. Esta es la realidad. Usted es testigo. Parto de la base de que a mí matar más o menos no me importa. Yo salgo al campo a respirar. Pero lo que es de justicia es de justicia y usted lo ha visto. Es una lástima que no se quede más tiempo. Si se quedara podría asistir a la revancha. Ya me gustaría que viera usted a Juanito Osuna en un día de vacas flacas. Se encoge como un perro apaleado. Entonces es la mala suerte, o que no ha tirado, o que la batida estaba mal organizada. Él siempre encuentra disculpas. ¿Eh, Julia? Le digo de Juanito que cuando no mata, siempre hay una razón. No se me olvidará nunca el día de las tórtolas en el Cornadillo. Ji, ji, ji. Y ese día no podrá decir. Tiramos el mismo número de cartuchos. Bueno, pues cincuenta por treinta y seis. Ahí no hay vuelta de hoja. Y es que la caza es así. Que él mate hoy más que yo no quiere decir nada. Ya ve, Yebes en Granadilla nos vio a él y a mí. Bueno, pues en el ABC sólo me mentó a mí. Y no es que yo vaya a pensar que soy por eso mejor tirador que él. No. La caza es eso. Y hoy yo y mañana tú. Prácticamente, yo no he tirado hoy en tres batidas. De punta y cargando aire, no se puede pensar en matar. Usted lo ha visto, y si le pone un promedio de ocho perdices por batida, pues ya estoy a su altura. Y no hay más. O me quita usted de al lado a Pepito Vega y Floro Gilsanz, que se apuntaban las mías, y son una pila de perdices más. Florito Gilsanz ya sabe usted quién es, ese grueso de las alpargatas. Bueno, pues este muchacho no pega ordinariamente un baúl y hoy, ya lo ha visto usted, veinte perdices. Casi las mías. El bueno de Florito... Es pena que usted tenga que marchar mañana. De Florito Gilsanz podríamos hablar toda una noche. Es un tipo. Tiene una dehesa, El Chorlito, de la parte de la Sierra, que es la más bonita de Extremadura. Me gustaría que asistiera usted a esa batida. Alfonso XIII corrió los jabalíes una vez, allí, de noche. Eran unas cazatas aquellas como para romperse la crisma. Pero le decía de Florito... Florito Gilsanz, metido en juerga, es lo más salado que usted puede imaginar. Oye, Julia, Florito, digo. Para que usted se dé cuenta, Florito, una vez caldeado, rompe los frascos del whisky y se pasea descalzo sobre los cascotes como si tal cosa. Es como un faquir. Ni sangra, ni se araña, ni nada. Este muchacho podría muy bien ganarse la vida en el circo. Un buen tipo, Florito. Lástima que esté completamente loco. Es de los que andan siempre con las pastillas y eso. El bueno de Florito Gilsanz. Bueno, ya no sé adonde íbamos a parar. ¿Qué es lo que yo iba a decir, Julia? ¡Ah! Bueno, eso, Florito Gilsanz es un excelente muchacho, como le digo, pero de caza, cero. El va al campo a comer y a beber y a reír un rato con los amigos. Lo demás le importa un rábano. Bueno, pues hoy, usted lo vio, veinte perdices. Más o menos, las mías. ¿Qué quiere decir eso? Sencillamente que Florito tuvo el santo de cara y yo le tuve de espaldas. Pero váyale usted a Juanito Osuna con estas historias. «¡Cuarenta y siete perdices contra veintitrés, Paquito!» Usted le oyó. Como un energúmeno. Oye, Julia, que no es que lo diga yo, pero me gustaría que hubieras visto a Juanito, como un loco, a veces, por las calles. Eso mismo, su histeria, le demuestra a usted que no está acostumbrado a esta ventaja. Lo que siento es que se marche usted sin ver la otra cara de la luna. Me gustaría que viese a Juanito Osuna en barrena. Pero, por otra parte, este pique no conduce a nada. A mí me trae sin cuidado una perdiz más o una perdiz menos, ya lo sabe usted. Pero él... Julia, ¿cómo es Juanito para esto de la caza? ¡Díselo, anda! Y figúrese usted si hay cosas importantes en la vida. Bueno, pues no; para Juanito Osuna, la caza lo primero. Y todo el día de Dios incordiando y liando. La de hoy ha sido buena, pero me gustaría que le hubiera visto el día de las pitorras, en la Sierra. ¡Dios del cielo! Y no se piense usted que con hoy se acabe. Hasta la próxima batida tendremos murga. ¡Y no quiero decirle si en la próxima tengo la suerte de hoy y Juanito vuelve a quedar por delante! Espero que Dios no lo permita. Julia, le digo a este señor que qué sería de mí si en la próxima batida vuelvo a tener el santo de espaldas. Eso sería horrible. ¿Miraba usted a la niña? Sí, a la que pone la mesa, digo. Le parece una mujer, ¿verdad? Pues catorce años. Aquí las muchachas son así. Es la hija del pastor que anda en el chozo. Buena persona, pero un animal de bellota. Anastasio, digo, Julia, ¿eh? Un tipo serio, previsor, pero le escarba usted un poco... y loco de remate. ¿Qué dirá que hace con la lana de sus ovejas? ¿Eh, Julia? La lana de sus ovejas, digo. ¡La guarda! ¿Y sabe usted para qué? Para hacer el colchón de las muchachas el día que se casen. Esa, la niña, es la mayor. ¡Hágase cargo! Las otras van detrás y tiene cuatro. Aquí la gente es así. Julia se empeña en dialogar con ellos, pero es mejor dejarles. Y le prevengo que Juanito Osuna si en vez de nacer donde ha nacido nace en otro medio, hubiera sido lo mismo, como éstos. ¡Igual! Ya le ha visto usted hoy con las perdices. Volvemos a Juanito, Julia. ¿Cenar? Cuando quieras. Vamos a cenar si a usted no le importa. Estará usted cansado, claro. No estando acostumbrado, el campo aplana. Pase, pase. Pues del bueno de Juanito Osuna le estaría hablando una vida y no acabaría. Y amigo lo es de los de verdad, eso que conste. A Juanito le dicen en París que uno anda en Madrid en un aprieto y se agarra el primer avión aunque tenga que amenazar al piloto. ¿Eh, Julia? Juanito, digo. Siente, siéntese. Juanito Osuna, defectos aparte, y todos tenemos defectos, es un tipo estupendo; lástima que esté completamente loco.

sábado, 6 de marzo de 2010

LOS CUENTOS DE JORGE BUCAY

Jorge Bucay es un clasico ya de los cuentos, no hay ya nadie que no le conozca, sus libros se venden como churros y millones de personas hemos disfrutado en algún momento de nuestra vida con alguna de sus lecciones psicológicas en forma de cuento, porque los cuentos de Jorge Bucay se deben leer entrelineas, buscando lo oculto tras el montón de letras, sacando cada uno nuestra propia lección, que no tiene que ser la misma para todos, al igual que cada uno tiene una forma diferente de vivir la vida…


Aquí os dejo con un nuevo cuento de Jorge Bucay, disfrutadlo y…..sacad vuestras propias conclusiones!!!!


El elefante encadenado


Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de tamaño, peso y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.

Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente:

¿Qué lo mantiene entonces?

¿Por qué no huye?

Cuando tenía cinco o seis años yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no escapaba porque estaba amaestrado.

Hice entonces la pregunta obvia:

- Si esta amaestrado, ¿por que lo encadenan?

No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.

Con el tiempo me olvide del misterio del elefante y la estaca... y solo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.

Hace algunos años descubrí que por suerte para mi alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:

El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.

Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo.

La estaca era ciertamente muy fuerte para él.

Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía...

Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal acepto su impotencia y se resignó a su destino.

Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree - pobre- que NO PUEDE.

El tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.

Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.

Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...

sábado, 13 de febrero de 2010

ÉRASE UNA VEZ…..

Hoy una de cuentos en este espacio, para que nunca dejemos de soñar, para que nunca dejemos de lado a ese niño que albergamos en nuestro interior, una de cuentos para que nunca dejemos de leer…porque un mundo en el que no existieran los libros sería sin lugar a dudas un rincón inhóspito mucho peor que la muerte!!!

Pero además desde este blog un merecido homenaje a uno de los considerados mejores cuentistas de la literatura, al fallecido Augusto Monterroso…



Disfrutad de este cuento y no dejéis de leer a Monterroso, disfrutareis como enanos!!!!!

LA RANA QUE QUERIA SER UNA RANA AUTENTICA

Había una vez una Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.

Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad.

Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.

Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.

Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.

Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía Pollo.


Augusto Monterroso