Hoy este espacio da la bienvenida a una sección nueva que se irá repitiendo semanalmente. Esta sección recogerá relatos breves, ideales para leer en el bus, en el metro, en la cama antes de dormir. Relatos originales, divertidos, de suspense, de amor, relatos al fin y al cabo que me gustaron en su momento cuando los leí y que me gustaría compartir con todos vosotros, relatos con los que merece la pena perder 10 minutos, relatos como la vida misma.
Espero que os gusten, todos ellos pretenden entretener y crear ese gusanillo por la lectura que nos incite a seguir leyendo otro más, que nos decida a comprar algún libro de los autores que aparecen paseando por este espacio ya de todos. ¿Qué mejor estación del año que el verano para disfrutar de una magnífica aventura? La magnifica aventura de abrir un libro, empaparnos con su tacto, embriagarnos con ese olor a papel tan característico, olor a papel nuevo y también olor a papel ya usado, libros recién nacidos o libros con multitud de vidas en sus lomos.
Hoy abrimos este espacio, como no podía ser menos, con un relato breve del gran Antonio Gómez Rufo, escritor admirado y amigo, gran hacedor de palabras y mejor persona. Leed a Antonio Gómez Rufo, seguro que os gustará. El relato que he seleccionado no es de los que más me gustan de este autor pero es un relato breve bueno para comenzar, un relato muy acorde con las fechas calurosas en las que estamos, un relato para volvernos locos, locos por una mirada, locos por una sonrisa, locos por una caricia, loco por uno de tus besos, besos que te hacen perder la razón, besos con locura, besos de locura, locura de besos, besos que hacen que esté loquito por ti.
Ahí va el relato de Antonio Gómez Rufo, espero que os guste….. Ya me diréis donde lo leísteis, en el metro, en el bus, en la cama, en el baño….solos o bien acompañados.
Se abre el telón!!!!!
LOCURAS ESTIVALES (relato breve). ANTONIO GÓMEZ RUFO.
Sólo recuerdo que abrí el cajón de la mesilla y me quedé estupefacto: los objetos que guardo allí estaban celebrando una fiesta y el ruido era ensordecedor. Los tres relojes bailaban salsa en medio del cajón, contorsionándose con movimientos procaces y lujuriosos, mientras la gafa de cerca permanecía tumbada en una hamaca, con un vaso de zumo en la mano, como si estuviese tomando el sol junto a la orilla del mar, que estaba formado por el bicarbonato que avanzaba y retrocedía en tropel, imitando olas. Al fondo, la caja de preservativos estaba abierta, simulando un chiringuito atendido por el prospecto, un papel doblado que se movía también al son de la música. Y allá, a la derecha, una pluma vieja, con la espalda apoyada en la pared y las manos en los bolsillos, susurraba frases coquetas a un mechero al que apenas quedaba gas.
No podía creer cuanto veía. Una cajetilla de cigarrillos se estaba fumando un porro con toda tranquilidad ante la mirada atenta del estuche de los gemelos, que parecía esperar a ver si se lo pasaba alguna vez. Y los sobres de aspirina efervescente, de dos en dos, hacían manitas mientras observaban el voluptuoso baile de los relojes.
El despertador, siempre tan metódico e inalterable, se asomó al borde de la mesa para contemplar también el prodigio que se desarrollaba dentro del cajón. Un libro que reposaba a su lado preguntó qué ocurría allá abajo y, abriéndose por la página 133, se aproximó hasta el borde para descubrir de dónde venía el alboroto. Aquella fiesta no tenía visos de acabar y yo, al día siguiente, tenía que madrugar.
Era agosto, la ciudad estaba dormida y por el patio de luces no se veía ni una luz. Seguramente no habría vecinos; todos se habrían ido de vacaciones. Pero yo estaba allí, pasadas las tres de la madrugada, soportando a quienes se divertían sin respetar mi descanso, el mío, que tenía que madrugar al día siguiente para ir a trabajar. Así es que, sin dudarlo, llamé a la policía municipal, les conté lo que sucedía y les pedí que vinieran a cerrar el chiringuito y a poner fin a aquella babilonia.
Con lo que no contaba era con que, en lugar de hacer eso, llegasen unos señores de blanco que me apresaron a mí. Y aquí estoy, en esta sala blanca, acolchada, esperando a que me expliquen qué ocurre y me dejen salir para ir a trabajar a la oficina, que menudo estará el jefe... (Revista ATENEAGLAM. Valencia, octubre 2005)
QUE LOCURA DE VERANO....¿LLEGASTEIS HASTA EL FINAL? ESPERO QUE OS HAYA GUSTADO...
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