Una gran reflexión de Antonio Gómez Rufo sobre el fenómeno del 15M con el que tan esperanzados estamos todos....
Os recomiendo que lo leais, es muy interesante y Antonio desgrana todas y cada una de las causas por las que la sociedad, y en particular los jóvenes hemos dicho: BASTA!!!!!
Vosotros, ¿que opinais? ¿estais de acuerdo?
Antonio Gómez Rufo: “NO, NO Y NO”
Se ha levantado un movimiento de protesta en el que no sólo están participando los jóvenes, aunque ellos sean sus verdaderos protagonistas, sino muchos más ciudadanos hastiados de la realidad por la que atraviesa nuestro país y que está castigando, sobre todo, a las nuevas generaciones. Unos jóvenes que pueden no parecer peligrosos porque muestran su indignación por su insatisfacción, pero que tienen un aceptable nivel de vida. Al acabar sus acampadas y protestas, pueden volver a su casa a descansar, asearse y comer, lo que no les falta en el hogar de sus mayores. ¿Pero alguien se ha parado a pensar cómo sería la indignación de la siguiente generación, si no se dan respuestas cuanto antes, que sumará a su insatisfacción un bajo o nulo nivel de vida? Esa es, en mi opinión, la gran preocupación; y el sistema, los partidos políticos y toda la sociedad deberían procurar que nunca llegara a producirse, que no fuera necesaria otra rebelión.
Hace tiempo que algunos pensábamos que algo así tenía que suceder. Desde hace años cabía esperar que los jóvenes se alzasen en ideas nuevas y lo que sorprendía (a mí me dejaba perplejo) era que aceptasen esa explotación encubierta en el ámbito laboral, esa riada de prohibiciones, esa limitación de la libertad en aras de una supuesta seguridad y ese desprecio generalizado a su formación académica y pre-laboral. Cuando nuestros hijos admitían con naturalidad los trabajos en prácticas sin remuneración, las becas-trabajo con contraprestaciones indignas, los contratos-basura y a tiempo parcial (hasta contratos de una hora), el mileurismo como salario justo y tantas tropelías empresariales que aprovechan el exceso de licenciados dispuestos a cualquier cosa por tener un espacio donde trabajar, estaba persuadido de que esa “burbuja de esclavitud” terminaría por explotar algún día. Y que las pre-jubilaciones con 50 años, el desdén por los derechos de los ciudadanos, la imposibilidad de acceder a una vivienda sin dejarse en su adquisición la totalidad de la vida laboral y la frecuente y tiránica relación jefe-empleado en el interior de muchas empresas con acosos, mobbing y otras indignidades contra los jóvenes, las trabajadoras y los empleados eventuales en general, estaban creando un caldo de cultivo que, por fuerza, tenía que estallar. Era cuestión de tiempo: el necesario para que surgiese una excusa.
Y la excusa ha sido estruendosa: la crisis económica y, de regalo, los sucesivos recortes de la libertad en nombre de la seguridad, la salud o los costes sociales.
La realidad de nuestros días, en España, es tan visible que ha terminado por resultar cegadora: una insoportable tasa de paro entre los jóvenes, una imposible independencia porque no hay posibilidad de acceso a la vivienda propia o de alquiler, un cotidiano conocimiento de casos de corrupción en algunos políticos que, aun haciéndose públicos y en algún caso con sentencia judicial firme, permanecen en sus cargos como si la honestidad, la decencia, no fuera un valor a tener en cuenta… Y todo ello aderezado con unas políticas que atentan contra los derechos individuales y que, por muy argumentadas que se presenten, han ido horadando el subconsciente de la población, limando su conformismo, despertándola de la anestesia, revolviendo el pasotismo del que tantas veces se les ha acusado. Detalles como la regulación prohibicionista de lo cotidiano y la criminalización de hábitos y usos corrientes no habrían tenido mayor respuesta si, al menos, las condiciones laborales, el empleo, el acceso a la vivienda y la honestidad pública se hubieran consolidado como referentes de un Estado del Bienestar irreversible.
Pero lo cierto es que la “generación mejor preparada de la historia de nuestro país”, la generación que más títulos y licenciaturas exhibe, los jóvenes más capaces y capacitados para ser el presente, y no una mera promesa de futuro, se sienten despreciados, humillados, desoídos y abandonados. Siempre se dijo que Brasil era el país del futuro y que siempre lo seguiría siendo. Está claro que los jóvenes españoles no quieren seguir siendo indefinidamente el futuro de España.
“No se hubieran atrevido a hacer con nosotros, cuando teníamos veinte años, lo que hacen ahora con los jóvenes”. Esta frase es algo que nos hemos repetido entre los miembros de mi generación mil veces. Porque es verdad que a finales de los años 70, incluso en los 80, no se hubieran atrevido, no. Por eso se ha construido una España moderna, europea y libre que, reconozcámoslo, mea culpa, ha fallado en la educación de nuestros hijos. Les hemos dado protección, acogimiento, seguridad, confort y, en muchas ocasiones, lujo; y les hemos robado libertad, criterio, afán por el descubrimiento y ansia de independencia. Y todo ha funcionado así, incluso sometiéndoles a toda clase de prohibiciones, hasta que la crisis ha estallado y rebotado en la cabeza de los padres y, salpicándolo todo, ha empapado de realidad a los hijos. Y como el joven que no es un revolucionario es porque está dormido, la respuesta ha sido tan lógica como comprensible. No hay lugar para la sorpresa.
Ahora se les achaca y recrimina que sus movimientos de protesta no tienen propuestas ni aportan soluciones, pero ¿es que acaso las tienen o las aportan el sistema bancario, los partidos políticos o los empresarios? ¿O es que la palabra NO ya no es suficientemente trasgresora y revolucionaria? La contestación es clara: NO a la situación actual; NO a que se celebren unas elecciones en las que se presentan como candidatos decenas de imputados y condenados por diversos delitos; NO a que los poderes públicos españoles y europeos se crucen de brazos ante la vergonzosa reacción de los bancos y las grandes empresas; NO ante el conocimiento de los enormes beneficios económicos de bancos y empresas multinacionales mientras aumentan el paro, limitan el crédito y obtienen dinero público para reinventarse, como hace el capitalismo ante cualquier quiebra de sus normas. Ese NO es una propuesta formal, una solución innovadora. Y, aunque no lo fuera, esta indignación incipiente (que podría extenderse hasta límites impensables) es, por lo menos, un fenómeno sobre el que es preciso reflexionar porque no sólo es interesantísimo desde el punto de vista politológico sino importante en el proceso histórico, como lo fue en su momento el Mayo del 68 o Woodstock. Luego, ya se verá en qué acaba, pero negarse al análisis sin prejuicios es un error más y una insensatez impropia de la necesaria curiosidad investigadora.
Lo más peculiar del fenómeno, además del fenómeno en sí, es oír por parte de unos que está manejado desde la izquierda y por otros que está manejado desde la derecha. Y así, en un discurso de ciegos, que vaya a terminar por convertirse en un debate político entre los de siempre, sin querer comprender que de lo que abominan los manifestantes es de ellos, precisamente de ellos, y que les importa un bledo lo que discutan, porque están en una realidad paralela, ajenos a sus miserias partidistas de reparto del botín y de lo políticamente correcto.
La crisis económica y la falta de soluciones reales por parte de unos y de otros (en el interior) y de Europa y Estados Unidos (en el exterior) son las verdaderas responsables de una insatisfacción general que están canalizando una parte de los jóvenes porque es a ellos a los que les toca hacerlo. Otros jóvenes, embarcados en el esfuerzo, la búsqueda de empleo y la resignación, cuando no el individualismo, prefieren no participar, y están en su derecho. Pero la contemplación del fenómeno por parte de los mayores, incluso involucrándose, sumándose y participando, es esperanzadora. La nueva solución alemana de extender la jubilación en toda Europa hasta los 67 años vuelve a marginar a los jóvenes, es decir, vuelve a ser una no-respuesta a la demanda de quienes protagonizan su indignación poniendo en evidencia su insatisfacción. Y así, suma sumando, se sigue hurgando en una herida cuya hemorragia terminará por ahogarnos a todos.
Ya casi no importa que la decadencia de Europa esté sacrificando la libertad en nombre de la seguridad, aunque, en mi opinión, sigue vigente aquella llamada de Franklin cuando decía que quien cambia su libertad por su seguridad no merece ni libertad ni seguridad. Tampoco importa, siquiera, que el movimiento llamado 15-M vaya a cambiar las cosas: lo que es evidente es que puede ayudar a cambiar las cosas porque, será más tarde o más temprano, el mundo va a cambiar y, sea en la dirección que sea, este NO social es el principio. Lo lamentable sería que fuere un sarampión pasajero en lugar de un continuum preparado para recibir la dignidad democrática cuando se haga realidad. Porque lo terminará siendo, sin duda.
Autor: Antonio Gómez Rufo
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