Juan se despertó al alba agitado y se dio cuenta que ella ya no estaba, se había marchado y solo quedaba ya el calor de su ausencia, la forma de su cuerpo en las sábanas, los besos que se dieron y unas gotas de perfume con olor a melancolía en la almohada.
El sueño que había torturado a Juan durante toda la noche se hizo realidad y ella huyó de su lado aprovechando aún la oscuridad que reinaba en la habitación. No había remordimientos, ni culpa, solo engaño y mentiras.
El calendario de la ausencia y la soledad se puso en marcha en ese preciso instante en que fue consciente de que jamás volvería a tenerla a su lado y desde entonces el tiempo se congeló, al menos para él, y decidió quedarse a vivir en esa habitación sombría, como su vida, con las mismas sábanas, con el mismo pijama, con los mismos muebles, con la misma luz, para siempre, un muerto enterrado en vida, un muerto que solo pensaba en ella, habitante de un mundo de locura permanente en el que el recuerdo de ella estaba siempre presente, el recuerdo de una mentira que aún hoy, veinte años después, necesita para vivir.
Juan nunca se medicó, se negó en rotundo, él no estaba enfermo, él solo estaba enamorado de un recuerdo y herido por una traición.
Juan solo estaba loco de amor, nada más, la locura más cuerda que puede existir. Locura que no impidió que Juan fuera feliz en ese mundo de escasos metros cuadrados cargado de recuerdos y de sábanas revueltas.
El sueño que había torturado a Juan durante toda la noche se hizo realidad y ella huyó de su lado aprovechando aún la oscuridad que reinaba en la habitación. No había remordimientos, ni culpa, solo engaño y mentiras.
El calendario de la ausencia y la soledad se puso en marcha en ese preciso instante en que fue consciente de que jamás volvería a tenerla a su lado y desde entonces el tiempo se congeló, al menos para él, y decidió quedarse a vivir en esa habitación sombría, como su vida, con las mismas sábanas, con el mismo pijama, con los mismos muebles, con la misma luz, para siempre, un muerto enterrado en vida, un muerto que solo pensaba en ella, habitante de un mundo de locura permanente en el que el recuerdo de ella estaba siempre presente, el recuerdo de una mentira que aún hoy, veinte años después, necesita para vivir.
Juan nunca se medicó, se negó en rotundo, él no estaba enfermo, él solo estaba enamorado de un recuerdo y herido por una traición.
Juan solo estaba loco de amor, nada más, la locura más cuerda que puede existir. Locura que no impidió que Juan fuera feliz en ese mundo de escasos metros cuadrados cargado de recuerdos y de sábanas revueltas.
Sin embargo, ella olvidó a Juan esa misma noche y habitó en otras camas, dejando su recuerdo en sábanas revueltas, pero nunca encontró la felicidad ni lo que significa el amor en una vida irremediablemente vacía.
SANTIAGO ORTEGA
3 comentarios:
Niño, es precioso!
¡¡FANTÁSTICO!!
¡Queremos más!
Ya te lo he dicho alguna vez... con lo bien que escribes... tendrías que escribir un libro. Yo iría corriendo a comprarlo a la librería más cercana..., ya lo sabes.
muchas gracias!!!! me alegro que os guste....
la verdad es que estos dias de otoño grises me conducen a escribir cosas de estas...
en fina, gracias por manteneros fieles a este espacio!!
besostes
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